domingo, 15 de febrero de 2009

Del cibercuento y otras posibilidades individuales - Ricardo Bada


Hace ya tres años (¡cómo corre el Tiempo, en Fórmula 1!) recibí un e-mail donde se me invitaba a participar en un concurso de cibercuentos, concepto que me pareció tan novedoso como si llamásemos frigocuentos a los que colocamos en la heladera con objeto de que se fragüen tras el fuego de la inspiración. 
Las bases, que transcribo levemente reducidas para no delatar sino el pecado, y no al pecador, decían lo siguiente: 
“¡Inspírese, escriba y gane! Participe y diviértase. ¿Qué mejor plataforma creativa que la red? XX lo invita a participar en su concurso Cibercuentos para armar, y a ganar una computadora de bolsillo PZ 31, entre otros premios.
“Internet no sólo es fuente de información, sino también de... ¡inspiración! Los invitamos a participar en nuestro nuevo concurso Cibercuentos para armar. Para ello, sólo deben escribir un relato, con un máximo de 1500 caracteres. Y aquí viene el desafío a la imaginación: el texto debe contener 15 de los términos más utilizados en la red, cuya lista aparece al final de este anuncio. Pueden repetirlos las veces que quieran, pero ninguno debe faltar.
“Un jurado, presidido por el escritor YY, seleccionará los mejores textos. Según YY «escribir es un acto que encierra numerosas posibilidades individuales». Así que ¡a darle al teclado sin miedo! Podrá ganar una PZ 31, una completísima computadora de bolsillo con la que agendar sus datos y escribir en todo momento y lugar, además de otros atractivos premios. Y, desde luego, los mejores relatos serán publicados en nuestra página.
“Aquí van los términos que usted debe incluir para armar el cuento:
“Kazaa, 50 Cent, Viajes, Hoteles, Música, Britney Spears, Motor, Horóscopo, Brad Pitt, Sexo, Páginas amarillas, Euro 2004, Gran Hermano, La casa de tu vida, Troya.
“El concurso está abierto hasta el 31 de julio de 2004. Los ganadores se darán a conocer en nuestra página, y nos comunicaremos con ellos directamente por correo electrónico”.
 
Hasta aquí las bases del concurso, y una vez leídos los quince términos que eran obligatorios como parte del texto del cuento, me puse a escribir tachando uno tras otro los quince a medida que los empleaba, sin repetir nada más que uno, de tal manera que me quedé en 840 caracteres, poquito más de la mitad de los 1.500 que las bases del cuento exigían. Y me salió este churro: 

“De todos mis viajes lo que más recuerdo es la música, el hilo musical de los hoteles, alguna vez hasta los partos con dolor de la Britney Spears, que no es mi tipo porque en materia de sexo me mola más Brad Pitt. Pero deberá estar escrito en mi horóscopo que sea el ruido de un motor
lo que más recuerde del Hotel Kazaa, en la isla de Rodos, donde me refugié huyendo de las tediosas transmisiones de la Euro 2004 y las necias acrobacias dentro del contenedor del Gran Hermano. Descubrí el hotel en las páginas amarillas, bajo un eslogan que decía: «La casa de tu vida». Y la verdad es que no era caro: 50 cent la hora, lo que quiere decir tan sólo 12 euros por día. Sería por el ruido del motor. Mas cuando el conserje me lo explicó, diciéndome que estaban dragando el puerto para extraer el pene del coloso de Rodas, me quedé allí una semana. ¡Iba yo a perderme semejante espectáculo! Y sin embargo me lo perdí, igual que Aquiles a Patroclo en la guerra de Troya. Pero como diría Rudyard Kipling, esa es ya otra historia. ¡Ay de mí...!” 

Hasta aquí el cuento que improvisé sobre la marcha con los quince términos de marras. 
Por supuesto deben creerme (bajo palabra) que no lo envié a concursar, aunque bien que me lo pidieron de la propia organización XX. En ella tenía y tengo algunas amistades a las cuales se lo di a conocer, como para remarcar lo banal de su iniciativa. 
De todas maneras, lo que más se me quedó en el magín es la profunda, metafísica, insondable afirmación de YY, cuando expresó aquello de que «escribir es un acto que encierra numerosas posibilidades individuales». Nooooooooooooooo... ¿Se le habrá ocurrido a él solo, o tan sólo después de haber leído con diligente aplicación a Platón, Aristóteles y compañeros mártires?
¡Cráneo privilegiado!, que dijo el otro. 

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