En el único establecimiento bancario de la tórrida ciudad de Puerto Encantado, se disfruta de un clima ideal gracias a que allí se instaló el mejor equipo de aire acondicionado que se pudo comprar con dinero. Por ese motivo, a los clientes del banco que aguardan su turno, deben sumarse docenas de acalorados ciudadanos que no tienen que hacer depósitos, pagar facturas o retirar dinero; esas personas sacan número y hacen de cuenta que miran el tablero luminoso que cuelga del techo, pero en realidad se limitan a gozar del fresco del lugar y permanecen horas y horas sentados en las cómodas butacas. La situación, gracias al comentario boca a boca de los vecinos, no tardó en dar lugar a tal afluencia de público que el local del banco resultó insuficiente para albergar a todos los que deseaban permanecer en el lugar, con las consiguientes incomodidades para propios y ajenos. Fue ante esa circunstancia que un anónimo cajero propuso un ardid que resolvería el problema. Todos los días se comenzaría la cuenta de los números destinados a los turnos por el 1901 y al llegar al 1928 o 1933, por ejemplo, un amigo de la casa sufriría un bien actuado ataque cardíaco. En cada caso se constataría la coincidencia entre el número del turno y la fecha de nacimiento del occiso, coincidencia que sería voceada en voz alta por los paramédicos encargados de retirar el cadáver. El truco dio tan buen resultado que los pobres viejos de Puerto Encantado han vuelto a pasar las horas amontonados en el bar del gallego Villares, con el rostro vuelto hacia el único ventilador, pero contentos de seguir vivos. Las viejas, que no van al bar, se han conseguido nuevos abanicos.
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