Conforme a la tradición, Xenolfob es exiliado en un planeta atrasado en el plano tecnológico. No es un mundo cálido, la superficie corresponde a un congelado mar. Existen escasas porciones de terreno firme. El otrora influyente Dragón de Xorox no piensa en ninguna de esas contrariedades: su mente se consume en la venganza; en la dulce y cruel venganza. Íntimamente sabe que él escarmentará a los culpables, el tiempo no cuenta. Es un Dragón joven, fuerte y astuto, tiene varios miles de años por delante. Saldrá de esta prisión planetaria y volverá a reclamar lo que siempre ha sido suyo.
Dos seres demandan la supremacía del planeta. Uno vive sobre la superficie: un ciempiés mamífero. El otro, un octópodo acuático. Ambos son omnívoros. Ambos han adquirido un cierto tipo de inteligencia. No representan un real peligro para Xenolfob. Los ciempiés no parecen asociarse en tribus o clanes familiares. Los octópodos se reúnen alrededor de una vieja hembra en grupos de hasta setenta individuos. Ninguno se ha dado cuenta de la presencia del Dragón.
Antes de que lo dejaran en este inhóspito sitio, un amigo le dio, a escondidas, un Transformador de Superficie portátil. Gracias al Trasu pudo construirse un refugio. Ahí pasa largas horas tramando la venganza, llenándose con ese placentero veneno. Concentrando el odio hasta hacerlo fiel amigo, combustible.
Poco a poco el cuerpo le va cambiando. A consecuencia del ejercicio de la caza, unido a las inclemencias del entorno, los músculos se vuelven vigorosos. Ya no es un Dragón pequeño.
El color de la piel también varía. Se oscurece. Él cree que las oleadas de odio le tiñen la piel. Otras veces, más calmado, piensa que debe haber algo en el planeta que lo ennegrece.
Con el Trasu convirtió una roca en espejo. Le gusta su propia imagen cuando se mira. Le agrada que la piel luzca brillante, oscura. Ningún Dragón tiene una piel así.
Le cautiva la caza. Saborea cada etapa de ella. Ya no come de forma refinada, como en Xorox. Devora a la presa a la manera atávica: en el lugar mismo en que es cazada y sin ningún tipo de preparación o aderezo. Igual que como lo hacían los grandes dragones del pasado. Los que fundaron el Imperio Xoroxiano. Él refundará al Imperio y lo hará sobre las cabezas de los débiles enemigos, o de sus descendientes.
A lo lejos observa a uno de esos ciempiés mamíferos, que arma una pared de hielo frente a un hoyo en el océano helado. Luego se esconde tras la construcción. Sin darse cuenta, Xenolfob lo observa como si no hubiese otra cosa en el universo. Rato después, un octópodo emerge. El mamífero aguarda. El octópodo se dirige hacia un pequeño bosquecillo y trepa con facilidad a un árbol. Cuando baja, lleva en dos de sus miembros sendos polluelos que arrancó del nido. Entonces el mamífero se hace visible. El octópodo aligera el paso hacia el hoyo en el hielo, pero el mamífero le cierra la salida disparando un líquido. ¡Pegamento! Se produce una lucha a muerte pero la diferencia de tamaño es decisiva. Cuando mata a su contrincante, el mamífero devora primero a los pichones y luego sólo una zona del octópodo. Luego se retira.
No pasa mucho tiempo hasta que otros octópodos emergen del hoyo. Dan con el cuerpo. Xenolfob cree descubrir un sentimiento de congoja. Despegan los restos y los llevan de nuevo al agua.
El Dragón queda largo tiempo pensativo.
Lo ocurrido le está dando la pauta de lo que estuvo buscando. El mamífero no sólo fue poderoso al atacar: antes fue astuto. El octópodo en general aparenta un grado más elevado de inteligencia que su rival, pero la confianza lo ha perdido esta vez. El Dragón también piensa que la ayuda ha llegado tarde. Dos palabras se graban a fuego en Xenolfob: ASTUCIA y ORGANIZACIÓN.
Llega el momento de darse a conocer. Sí, pronto el planeta será suyo. Y recién allí su venganza tendrá inicio.
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