Lunes 7 am
La señora Clari estira la mano y apaga el despertador que suena como clarín del ejército, se levanta enfundada en un camisón medio transparente que cae gracioso sobre su cuerpo y deja ver una silueta bien formada que camina por el pasillo rumbo a la recámara infantil. Despierta a su hijo de cuatro años, le pone la camiseta al revés, le sube los pantalones sin cerrarle la bragueta, y mientras el chiquillo se lava las manos ella lo medio peina, lo medio besa. Todo muy rápido, apresurada porque está cayendo en cuenta que hoy tiene citada a una clienta para facial a las nueve y a las diez le pondrá vendas a una de sus antiguas amigas que ha engordado como loca, luego dos asesorías de color, una junta con el personal de la clínica, montón de cosas, será un día pesado.
Mientras el niño desayuna el huevo revuelto que le ha preparado la sirvienta, la señora Clari se mete unos pants, se alisa el pelo, calza unas chanclas de hule, esconde los ojos sin maquillar tras un par de lentes negros, coge las llaves del coche, sale cargando la lonchera, mete al niño en el asiento trasero y se sube en el sitio del conductor.
7:45 am
La señora Clari arranca el coche y conduce mientras hace un recuento de las cremas que necesita para el facial, se pregunta si aún queda suficiente humectante o está por terminarse. Una ligera presión en la cintura la hace llevar la mano derecha para soltar el resorte de los pants que está pellizcando la piel, siente una pequeña llantita en el pliegue del tórax y se pregunta qué comió el día anterior. Se culpa porque sólo debió haber comido nopales en lugar de zamparse la quesadilla con chorizo que dejó su hijo mayor. Tendrá que hacer dieta el resto de la semana para bajar ese desagradable gordo. Pero sería bueno también ayudar con las vendas frías, así logrará bajar más rápido ese kilo de más. Se siente molesta porque cada día es más difícil conservar la figura, antes con dejar de cenar un par de días era suficiente, pero ahora no puede bajar más que haciendo dieta.
7:58 am
La señora Clari ve desde la esquina la cola de coches que se forman para dejar a sus hijos en la escuela, qué flojera esperar a que tanto niño se despida y se baje del coche. Con la cantidad de pendientes que tiene para hoy ya debería estar bañándose para irse a la clínica. Sobre el asiento de copiloto hay un folder lleno de papeles que se había propuesto revisar en casa pero ahora se da cuenta que lo olvidó. Cuánto papelerío. Eso de administrar no es lo suyo, ella preferiría dedicarse sólo a los tratamientos de belleza y que alguien más se encargara de administrar el negocio, pero en estas épocas no se puede confiar en nadie, tiene uno que estar con un ojo al gato y otro al garabato. Hace un par de días se dio cuenta que faltaban trescientos pesos en la caja y algunos tintes y barnices en el anaquel de la bodeguita, seguramente la nueva asistenta se está robando los productos, hace tiempo que no notaba faltantes, se propone estar más atenta y al pendiente de lo que hacen sus empleadas. El músculo de la espalda se le tensiona. Será mejor que vuelva pronto a casa, tiene que apurarse mucho sólo espera que su clienta no llegue tarde porque entonces se le retrasarían todas las citas de la mañana.
8:12 am
La señora Clari llega a la puerta de su edificio y ve a su marido que está a punto de subirse al coche. Le toca el claxon y él se acerca para saludarla.
—¿Y él niño?, ¿por qué no fue a la escuela? —pregunta el marido.
La señora Clari, desconcertada, mira el asiento trasero y ve a su hijo sentadito mirando a su padre con una sonrisa de oreja a oreja.
Tomado de http://espaciosdispares.blogspot.com/
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