I)
La noche es de plástico. El suelo es un disco cuadriculado con muy pocos objetos en la superficie: lápices, alfiles, mandarinas azules, ramas secas.
II)
La cosa sin ojos aparece volando en círculos concéntricos, aterriza en el disco y de inmediato se pone a danzar entre vapores y burbujas. Trescientos sesenta y cinco dedos meñiques plantados en el suelo la observan en silencio.
III)
Después de media hora de baile ritual, la cosa sin ojos abre la boca y escupe cuatro cubos: el verde, el amarillo, el negro, el gris. Arriba el cielo palidece, las estrellas son botones rojos y la luna es una dentadura postiza craqueteando y echando chispas.
IV)
Una nube se traga a la luna. En la penumbra, los dedos meñiques comienzan a silbar y los cuatro cubos se vuelven transparentes: en su interior se distinguen bocas, lenguas, uñas afiladas. La cosa sin ojos eructa, extiende sus enormes alas y se aleja volando.
V)
Ahora el silencio es perturbador. Los dedos meñiques sacan sus patas de pollo y se alejan trotando rumbo a una selva cercana que no existe. Arriba se escucha la agudísima voz del sargento: un dos tres cuatro un dos tres cuatro un dos tres… De fondo, una voz maternal murmura avemarías azules, padrenuestros rojos.
VI)
Entonces los cuatro cubos se rompen, de cada uno sale una pequeña cosa sin ojos que resplandece en pegajosas fosforescencias multicolores. Son larvas, moscas sin patas, gajos de semivida que se arrastran, husmeando y zumbando, gimoteando, dibujando estelas de baba verde. De sus cuatro esqueléticos lomos brotan alas tontas con las que ensayan torpes y ridículos revoloteos.
VII)
No. No pueden volar, no saben cómo hacerlo: intuyen que su madre se ha ido y jamás volverá. Frustradas, chillan con voces de libélula y se revuelcan en los jugos de su propio desamparo.
VIII)
Arriba, entre nubes gordas, aparece una colosal puerta de mármol; un ojo encerrado en un triángulo y trece signos zodiacales la rodean. La puerta se abre lentamente, de su interior desciende la escalera de luz por donde la Virgen María baja, azul y divina, modulando un canto etéreo, conmovedor.
IX)
Las pequeñas cosas sin ojos dejan de chillar al mismo tiempo, se quedan quietas, como meditando… ahora comprenden: La Virgen María les enseñará a volar, las convertirá en ángeles. La noche de plástico se derrite: detrás resplandece el platino inmaculado del nuevo día.
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