sábado, 31 de enero de 2009

Los Dalmanes de Svalbarg - Eduardo M. Laens Aguiar


Cuando el expedicionario Ionaj Nerberg compiló en 1840 su “Selección de Postales Mundiales”, donde reunía decenas de crónicas que describían los lugares que había visitado, muchos lo tildaron de mentiroso, otros de fabulador, otros de demente.
En uno de los relatos más difundidos, cuenta que los Dalmanes de Svalbarg, una secta alejada de las vertientes tradicionales, cumple anualmente con un extraño rito de iniciación.
Según cuentan, cada equinoccio de invierno, al sumirse la isla ártica en sus seis meses de oscuridad obligatoria, los novicios vacían sus ojos en una ceremonia multitudinaria, para luego partir hacia la ciudad en busca de las siete piedras de la sabiduría.
Los preceptos de su fe residen en que la búsqueda de la iluminación debe partir de la más absoluta oscuridad y afirman que los ojos son el instrumento principal del engaño cósmico. En función de esto, cada piedra, específicamente escondida, dotaría a los iniciados de un poder extrasensorial que lo acercaría al Jhavrá, o estado pleno de consciencia.
Es condición del dogma de su fe que nadie intervenga o asista a los adeptos, ya que dicha colaboración anularía los efectos sagrados de las piedras. Como ejemplo se cita el caso del adepto Ibn Al-Qoan, que en 1768 consiguió reunir seis de las siete preseas para luego indignarse ante sus superiores por la ausencia de percepciones divinas. "Me siento igual que antes, pero sin ojos", habrían sido sus palabras. Los Altos Dalmanes no dudaron en sentenciar que el aspirante había recibido ayuda durante el rito y optaron por expulsarlo de la orden en forma deshonrosa.
Sin importar si el acusado negó los cargos o si la anécdota es una fábula inventada por los monjes, la misma resulta efectiva a la hora de evitar que los aspirantes caigan en la tentación de pedir ayuda. Igual de efectiva es la pena de cinco años de prisión o trescientos latigazos que merecen los civiles que asistan o entorpezcan la sacra ceremonia religiosa.
Previo al comienzo del rito de iniciación, el mismísimo Dalmán Supremo carga con el deber de esconder las piedras sagradas. En este aspecto, Ionaj Nerberg cuenta que debido a la también auto impuesta ceguera, o simplemente por falta de ganas, el alto mandatario delega en ocasiones dicha labor a personal de confianza que, enarbolando las mismas razones que su superior, encomiendan la tarea a terceros menos respetados.
Se presume que en muchas de estas oportunidades, los encargados de la hierática función, esconderían sólo tres o cuatro de las piedras para ofrecer las restantes a los curiosos turistas, reduciendo aún más el potencial éxito de los futuros dalmanes. Sin embargo este tipo de maniobras no impiden que la ceremonia se siga realizando año a año.
Una vez entregados los ojos en la bandeja ceremonial, los aspirantes parten en su quimérica búsqueda con los brazos por delante, tanteando el aire en pos de una primera pared que los inicie en su recorrido. Con las cuencas oculares vacías y sangrantes, boquean reprimiendo gemidos de un dolor que se imagina muy profundo.
Los testigos de tan inusual ceremonia aseguran que el espectáculo es más bien patético. Los iniciados vagan por la oscuridad, sin dar con el camino que los lleve a destino. Pero Ionaj Nerberg convenía en que no se los debe censurar por sus incontables fracasos, sino admirar los pocos éxitos que obtienen; ya que, aunque marchan a tientas, su móvil es positivo. 
Al llegar el equinoccio de verano, cuando la luz vuelve a bañar las calles de Svalbarg durante iguales seis meses, los discípulos del Dalmán Supremo deben volver al patio central del templo. Allí, ante la atenta mirada vacía de sus superiores, rinden cuenta de sus logros o plantean las excusas de sus fracasos.
Cierto es que los que regresan siempre son menos de la mitad de los que partieron. Las infecciones y la locura son las explicaciones propuestas con mayor asiduidad, pero es muy probable que otros tantos no encuentren el camino de regreso al santuario, imposibilitados de recibir ayuda alguna.
En la actualidad la orden de los Dalmanes de Svalbarg no existe, pero su leyenda es muy utilizada para amedrentar a los niños de la isla, a fin de que no vaguen por las calles de la ciudad durante el semestre de oscuridad. Las madres afirman que el temor a encontrarse con un monje sin ojos resulta efectivo para esta tarea.

No hay comentarios.: