viernes, 23 de enero de 2009

La noria - Javier López


La noria comenzó a girar. No era la primera vez que montaba en aquella atracción, pero sin embargo esta vez experimentaba algo diferente desde que inició la marcha. No fue una aceleración suave, sino un fuerte y brusco acelerón, y unas cuantas vueltas en las que aumentó la velocidad de una manera alarmante, como si la maquinaria estuviera fuera de control. Hasta que por fin empezó a disminuir la velocidad de manera, ahora sí, más progresiva y pausada.
La cabina en la que viajaba se quedó a tres cuartos de altura. Su compañera de cesta, que se sentaba frente a él, lo miró como quien pide una explicación con los ojos. ¡Como si él tuviera una explicación de lo que estaba pasando!
—El chico la pondrá de nuevo en marcha —dijo por comentar algo, recordando al individuo joven que se sentaba a los mandos en la caseta.
—Dieciséis, par, rojo, manque —se oyó a través de la megafonía—.
La cesta con el número dieciséis, pintada de color rojo, estaba en lo más alto de la noria. Miraron hacia arriba. La cesta giró y precipitó al vacío a las dos personas que la ocupaban.
Los pasajeros de la noria comenzaron a gritar aterrorizados. Y sin embargo el público que rodeaba la atracción, parecía que disfrutaba del espectáculo. Todos aplaudían y gritaban enaltecidos, como si de un juego diabólico se tratara.
La noria se puso de nuevo en marcha, repitió una rutina parecida y se paró. Esta vez su cesta quedaba en lo más alto.
—Treinta y uno, impar, negro, passe.
Ese era su número.

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