Era duro estar al cargo de veintitrés sistemas planetarios, en especial por esa época en que parecía que todas las criaturas andaban a la gresca: los grubulian contra los felbak; los mlogla aliados con los zenomes para incordiar a los fzut; y los carrhis, resolviendo a phaser limpio sus disputas entre dinastías.
Una leve punzada le anticipó la llegada de un dolor de cabeza galáctico. Decidió dejar los grandes problemas por un rato y se entretuvo en pasar revista a sus dominios. Comenzó por las estrellas: bien, ninguna anomalía, tenían gas para unos cuantos miles de millones de años más; luego comprobó las trayectorias de los cometas: correcto, sin colisiones importantes a la vista; por último, echó un vistazo a los planetas menores.
Cuando el pequeño astro azul apareció en la visioesfera, no pudo evitar sonreír.
—La Tierra... —murmuró mientras gratos recuerdos volvían a su memoria.
Había sido la tesis final de su carrera deífica: “Formación de un mundo oxigenado”. Tanto reconocimiento obtuvo que le habían otorgado la contrata de su creación. Luego, con la gestación de Adán y Eva, había logrado el premio “Nuevas criaturas” e iniciado su fulgurante ascenso en la jerarquía cósmica.
Cuando sus obligaciones fueron aumentando, decidió dar libre albedrío a los humanos. Hacía tiempo que no miraba cómo les iba. Levantó la ceja decepcionado al echar un vistazo: como siguieran así, no durarían mucho. Era una pena.
—¡Señor, los felbak se han cargado el planeta Brulan! —bramó de repente el fototransmisor.
Lanzó una maldición y miró a su alrededor. En la sala de mandos sólo estaba el operador de telemetría estelar.
—Esto... Yeshus, ¿te apetece ser mi hijo?
Tomado de http://breventosybrevesias.blogspot.com/
1 comentario:
Me ha encantado este cuento, y la versión que da de un asunto tan controvertido.
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