sábado, 3 de enero de 2009

El amor de la tía Berta - Libia Brenda Castro


La tía Berta está enamorada de Cecile, aunque eso no es ninguna novedad; desde que la trajo de Europa no hace más que hablar de ella, llevarla a todas partes y mirarla durante largas horas, embelesada. La limpia con esmero y le platica de todas las cosas que le pasan por la cabeza. En la familia esto no estuvo muy bien visto al principio, pero después acabamos por acostumbrarnos, “una excentricidad más”, decían los abuelos. Y así ha sido desde hace años.
Cecile vino de Holanda, cuando la tía hizo uno de sus últimos viajes; llegó de blanco, casi siempre permanece así y a veces es engalanada con un diminuto moño. Por las mañanas la tía Berta ingiere sus jarabes con Cecile, luego toma un largo baño de tina y las sales aromáticas son espolvoreadas con ayuda de Cecile; después de peinarse frente al espejo, se pone talco y Cecile es la encargada de dosificarlo. Luego la tía baja a desayunar, pausadamente, y Cecile es, por supuesto, la encargada de proporcionarle pequeñas dosis de café con leche, azúcar para éste último y un poco de yogurt. Cuando van al cine se divierten de lo lindo, el helado es consumido por la una gracias a la paciencia de la otra, a veces un café y otras un té, son aderezados por ambas al unísono. A la gente debe parecerle extraño, pero la tía Berta nunca ha sido mujer de apariencias, de modo que le importa poco que la miren fijamente o hagan algún gesto desaprobador en dirección suya.
Una vez Cecile se perdió, aunque sería más justo decir que yo la rapté, la llevé a mi cuarto y la tuve allí unas cuantas horas. La tía se puso frenética, luego se puso pálida y triste, y se sentó en su mecedora durante toda la tarde, con la cara más larga que le he visto nunca.
—¡Qué haré sin mi Cecile! —decía llevándose las manos a la cabeza, con gesto de desaliento.
La abuela propuso Locatel, pero la idea fue de inmediato desechada por ser un poco absurda, además, la mitad de la familia estaba convencida de que no podía andar demasiado lejos. La tía sólo atinaba a decir que la pobre no conocía realmente la ciudad, ya que siempre que salían iba bien envuelta, y en esas condiciones no se puede hacer de turista.
Finalmente decidí que era suficiente crueldad de mi parte y volvió a la habitación de mi tía, como si nada. Tengo la impresión de que la tía adivinó qué había pasado, por el brillo diferente que adivinó en ella, pero no dijo nada. Después de todo, la tía no es especialmente celosa y yo soy una de sus sobrinas favoritas. Pensé que me reprendería, pero luego entendí que me consideraba un poco su cómplice, y me tomó más cariño por el hecho de que yo mostrara deferencia por Cecile.
Al menos sé que ella, aunque extrañaba a la tía, no me guarda rencor, jugamos y nos divertimos mucho, sobre todo tomando en cuenta que era algo desacostumbrado.
Hace un tiempo alguien llevó un estuche de madera, arguyendo que la vidriera le quedaría de maravilla, pero mi tía Berta se indignó tanto con la idea que le retiró el habla a su pariente.
Actualmente Cecile es una de las posesiones más preciadas de la familia, y todos nos preguntamos qué será de ella cuando la tía Berta muera. Después de todo, Cecile es de las mejores, nunca he sabido si de plata auténtica o sólo de alpaca, aunque la tía la pule cada mes, con un líquido especial, confiriéndole un brillo realmente conmovedor.

2 comentarios:

Florieclipse dijo...

¡Increíble la personalidad que pueden adquirir los objetos! muy bien logrado, Libia.

Olga A. de Linares dijo...

Original historia, Libia,que obliga a una relectura cuando se empieza a entender de qué, y no de quién, se habla.