Pongo los puntos sobre las íes y sobre toda mi escritura despeinada, sucia, con ese aliento a mala noche, a labios morados y legañas. Escritura de la otra que dice dos palabras, veinte, mil, de ésa que no necesita piel para ser la piel del deseo.
Seguro que el lector o lectora estará pensando que la historia vendrá luego, ahora, en este instante.
Pero la historia retrocede. Nada que hacer. La historia se congela por no ser historia, sino un grano de arena en la playa enorme de las nostalgias.
Pongo los puntos finales a lo no dicho: abrir la boca e introducir a la perra fastidiosa que ladra mentiras, a la que mueve la cola a pesar de la golpiza que le propina la mano que escribe.
Abro los ojos para tragar: la cicatriz es mía. Y sangra. Y es pestilente, como el olor a carbón de las que piden limosna. La cicatriz ama lo inconcluso de su carne.
¿Hay más palabras para describir una respuesta cobarde? ¿Hay más amor dentro del mismo amor? Qué es más fácil, ¿morir hoy o morir mañana?
Descerrajo el candado para liberar la sutil diferencia entre la otra y yo, habitantes del mismo mundo, perseguidas por la misma imagen, aulladoras del silencio que siempre es uno, aunque las búsquedas sean infinitas.
Escribir duele. Que quede claro.
Tomado de http://lilielphick.blogspot.com/
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