sábado, 3 de enero de 2009

Cada día escribe mejor - Jorge Martín


Sé que se usa en referencia a un venerado cantor de tangos pero no pude resistir la tentación de remedarlo para aplicarlo a una de las artes más nobles si no la más, la literatura. Releyendo los textos sentí el calor de los frutos madurados por el tiempo, que las palabras parecieran las mismas que fueron escritas hace treinta años, aunque recién ahora florezcan y su jugo rezuma por los bordes de las páginas gastadas. No me extraña que un pájaro pirata dibujado sin pericia ronde los párrafos con intención de beber de su savia elegante. Tampoco me sorprende vagar como un desconocido, recitando de memoria y en voz alta por las calles los sonetos recuperados del olvido. He leído con avidez la noche entera, embelesado y sin dormir hasta atragantarme con la última letra y sin detenerme por temor a romper el encanto. No es sólo la acumulación de horas o una elocuencia nostálgica, es el verdadero placer de experimentar la obra moviendo los labios mientras leo, aunque trate de conservar el silencio.
Luego, con más calma, despego los ojos del ritmo hipnótico, de los acentos secretos, de la cadencia seductora de las frases y haciendo un esfuerzo supremo calculo cuánto tiempo debo perder en lo insustancial hasta que la noche me ayude a recuperar la lectura. A esta altura ya están al tanto del autor que me subyuga, soy yo y esto es mentira y es verdad. ¡Hace tanto que no revisaba mis cuadernos de primaria!

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