martes, 27 de enero de 2009

Alas - Oriana Pickmann


Apareció con un raro objeto en el hocico. A primera vista parecía un pajarillo lamentable, ensangrentado. Mi gato tenía un gesto ganador en la mirada, su primera víctima del día. Orgulloso, me presenta la presa, agonizante, tibia, quejosa. Menuda sorpresa fue la mía al ver que no era un ave. Con mucho cuidado retiré este ser de las fauces de mi pequeña fiera, limpié sus heridas y le preparé un blando lecho en una caja de zapatos de bebé. Parecía estar herida de muerte, pero igual intenté darle pan remojado en leche, como me enseñó mi madre a hacer con los pichones que caen de sus nidos... Dios sabrá de qué se alimentan estas criaturas mitológicas. Comenzando que no estaba segura de su naturaleza, no sabía si ofrecerle bayas del bosque, moscas, moho o miel.
Pasaron los días y aparentemente mejoraba, pero tenía en el rostro una sombra de pena, como si se le hubiera robado una parte de su esencia. Vi sus alas menguar, con eso quedé casi segura de que perdería su batalla contra la muerte. ¿O es que estos seres no mueren? No, no era un individuo de esa índole. Yo continuaba con la dieta estricta de pan remojado en leche, parecía gustarle, nunca presentó quejas ni hizo malas caras. Pero era su expresión la que me causaba inquietud. Busqué en todos los libros de la casa información sobre este personaje en la caja de zapatos de bebé.
Lo que sí noté fue el cambio en las flores de mi casa. Nunca habían presentado colores más vivos como en aquellos días de angustia mía. Dejé de ir al trabajo y casi de atender a mi esposo también. Mi gato dejó de rondarle y poco a poco se acostumbró a que su víctima se había convertido en parte de su universo. La casa entró en una especie de letargo por fuera, porque por dentro ocurrían cosas increíbles. Luces tornasoladas que venían de ninguna parte, susurros, cánticos, alguna vez creo que vi más de un ser como el enfermo junto a la caja. Bueno, supongo que andarían de visita y tan preocupados como yo por las alas menguantes.
Nunca supe bien qué tipo de organismo era el que yo tenía latente en la caja de zapatos de un bebé que no existía. Me miraba con cara suplicante, como si esperara algo más de mí, alguna acción, alguna magia. Yo tenía el alma casi destrozada de la impotencia, en la estrechez de mi mente no cabían hechizos de bosque, pero en la redondez de mi alma existía la creencia en este celestial ente. Y fue ahí que se me ocurrió, o quizá llegó en forma de mensaje telepático. Choqué dos copas de cristal. Surgieron alas. Alzó el vuelo, rosado, verdoso, luminoso.

Tomado de http://www.nuncaessiempre.blogspot.com

2 comentarios:

Javier López dijo...

"En la estrechez de mi mente no cabían hechizos de bosque, pero en la redondez de mi alma..."
Esa frase vale por todo un cuento. Me encantó, Oriana.

Olga A. de Linares dijo...

¡Bellísimo, Oriana! Me ha encantado este cuento tan mágico... De aquí en más miraré con más atención lo que mi gata trae como trofeo, ¿quién dice que no tenga una sorpresa parecida?