Cuando el aire se volvió irrespirable, decidimos trasladar la ciudad al campo. Como la ciudad era tan grande, ocupó justo las dimensiones del campo, así que ahora ya no sabes si estás viviendo en el campo o en la ciudad.
La gente parece muy contenta con esta decisión, aunque siempre tuve mis dudas de que fuese lo más acertado. Reconozco que ya no hay que hacer decenas de kilómetros para disfrutar de la naturaleza, pero se echa de menos el campo de verdad, cuando el campo era sólo campo. Ahora los ríos cruzan las grandes avenidas de nuestra ciudad; sin embargo, el agua tiene un ligero regusto a neón y gasolina y los pájaros sólo pían en horario de oficina. Me gustaría pensar que hicimos lo correcto, pero cuesta sentirse a gusto en un lugar donde las flores las diseña un extravagante modisto francés, la lluvia sólo cae por orden del Gobierno y hasta las puestas de sol están patrocinadas por Microsoft.
1 comentario:
Fresco y con moraleja. Muy bueno!
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