El grifo abierto, el agua borboteando. El hombre se cepilla los dientes. De pronto, el grifo se atraganta, tose algunas gotas y, por fin, lanza un suspiro seco. Para confirmar la falta del agua, el hombre acciona la descarga de la cisterna: también seca. Con la boca aún llena de espuma dentífrica, el hombre va a la cocina (el grifo del lavabo está alimentado por el agua del tanque). Lo abre. Y nada. Semejante sequedad le da una tremenda sed. Limpiándose la boca en la manga de la camisa, atrapa un vaso y lo pone bajo el filtro. Y, triste constatación, ¡ni una gota! La sed se intensifica, se convierte en desesperación. Agua... ¡Agua! ¿Dónde encontrará agua? Sale de casa, comprueba que el sol astilla todo con su calor. En las aceras, los árboles están achicharrados, deshojados. Las calles están desiertas. No hay ninguna señal de vida, no sopla el viento, todo estático, y caliente, muy caliente. El hombre, entonces, escucha un burbujeo distante. De inmediato, le viene el recuerdo de la imagen redentora: ¡la fuente pública! ¡Agua! Corre en dirección a la plaza. Cuando llega, sin embargo, percibe el propio delirio: la fuente está tan seca como su garganta. Intenta llorar, pero es en vano. No hay lágrimas. Sus ojos también son dos fuentes que se secaron.
Título original: Secura
Traducción del portugués: GvH
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