Cuando la policía ingresó por fin en la casa del sicópata encontró el listado de las seiscientas mujeres feas que había conseguido matar durante más de cincuenta años en muchos países del mundo y en tres continentes. De sus seiscientas víctimas feas, el asesino tenía seiscientas fotografías en un álbum. Frente a cada fotografía y de su puño y letra, el tipo había escrito “FEA, FEÍSIMA, NO AFEES MÁS AL MUNDO”. En un diario, el hombre había descrito asesinato por asesinato cómo había procedido con cada víctima, si ella había llorado o no, si había pedido misericordia, si había dicho alguna palabra postrera. En las últimas páginas y antes de suicidarse, el asesino confesaba que una vez había alcanzado la cabalística cifra de seiscientas muertas, su corazón se había calmado; que las voces que le habían ordenado matar por más de cinco décadas, repentinamente se habían silenciado; que después de haber degollado a la última fea, sentía que había alcanzado el nirvana y que entendía a Buda. “Tras suprimir a la última fea –decía textualmente- por primera vez en más de cincuenta años pude salir a la calle y sonreír. Caminé por un parque, compré un helado y acaricié a un bebito que daba una vuelta con su nana. Hoy –continuaba- siento que mi vida tiene algún sentido, que he contribuido a desafear el mundo; observo al barrendero de la calle y pienso que en esencia mi labor no ha sido distinta a la de él, yo también he contribuido a la higiene estética del planeta y lo he hecho ad honorem, sin retribución alguna”. Según afirman los investigadores, en uno de los armarios de la casa del asesino encontraron otros álbumes. En uno había seiscientas fotos de seiscientos hombres feos; en otro, seiscientas fotografías de seiscientos profesores estúpidos; en otro, seiscientos poemas bajo el título Seiscientas veces ciego; en otro, había escrito seiscientas veces la palabra “caballo”; había también un álbum con seiscientas fotos de jazmines y otro con seiscientas fotos de la luna. Al preguntársele a un psiquiatra forense por qué el homicida estaba tan obsesionado con el número seiscientos, anotó dos cosas: “Bueno, lo cierto es que el número seiscientos es un número único ¿No les parece? La gente suele olvidar que cada cifra es una obra de arte”.
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