Y pintó su cuerpo con grises rojizos, apoyándose en el muro con los ojos cerrados. Sintió el leve roce de otros cuerpos que a esa hora se sucedían vertiginosos rumbo al trabajo. Sintió el rumor de los autos, el imperceptible cambio de las luces del semáforo rojo verde amarillo. El silencio del rojo, la expectativa del amarillo, el ensordecedor movimiento del verde. Esperaba ser descubierta. Su cuerpo desnudo debajo de esa capa de pintura palpitaba anhelante, confundiéndose con el muro. Quizá con un leve movimiento de su mano, la palma hacia arriba, su piel blanca sobre la superficie de la pared delataría su presencia. Sentía el frío y la humedad, la rugosidad del cemento y el ladrillo. Pensó que tal vez todo era demasiado perfecto, que esa mimesis la desapercibía de los ojos de cualquier transeúnte, aún el más avezado, el más sensible, el que ve más allá de la superficie de las cosas. Ese era el hombre que quería para sí, uno que fuera capaz de descubrirla entre la multitud. Volteó la palma y la depositó suavemente sobre el muro como una paloma temblorosa. Y siguió esperando.
Tomado de http://laberintodeariadna.blogspot.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario