Han comenzado a llegar los paquidermos, esos raros animales de grandes orejas y larga trompa, a los que miro con curiosidad mientras ellos a su vez me devuelven una mirada asombrada, sin tener ni demostrar miedo. Hay uno que se dedica a observarme, como si yo representara un vestigio de épocas pasadas. Sé que tienen la piel muy dura y resistente, pero, dado su tamaño, no creo que puedan subsistir en estas duras condiciones climáticas. Son demasiado pequeños comparados con nosotros. O conmigo, pues tal vez yo sea el último de mi tribu y hasta de mi especie, y esté condenado a desaparecer. Si eso sucede, dejaré el territorio a merced de estos seres patéticos, mientras yo me hundo en el fango y muero. Nadie sabrá jamás —ni siquiera esa bestia diminuta, el elefante— que he sido el último dinosaurio vivo sobre la superficie de la tierra.
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