Un príncipe paseaba por los jardines de Palacio con su maestro:
—Dime cómo he de proceder. Mi padre cree que debo casarme con la hija del rey vecino. Pero yo no la amo, y es de triste apariencia.
El mentor detuvo sus pasos frente a un rosal:
—Mirad, señor, esa araña que trama sus hilos entre los tallos. No tiene la belleza de una mariposa pero, ¿veis cuán hermosa su creación, su geometría perfecta, su resistencia al viento y la lluvia?
Comprendió el príncipe y decidió casar. La mujer resultó ser una persona inteligente y juiciosa. Los súbditos la adoraban por su gran corazón. Cuando llegó el momento de subir al trono, con sus certeros consejos hizo de su reino el más glorioso y admirado. Le dio también un hijo, que creció sano y gallardo y al que el rey amó con devoción.
Pero sucedió que el muchacho cayó en la trampa de intrigantes que le enturbiaron la mente. Se levantó en armas contra su padre y lo obligó a abdicar.
En su exilio, el antiguo rey se lamentaba ante su fiel asesor. Éste, suspirando, le preguntó:
—¿Recordáis la araña del rosal? —Ante la muda afirmación, prosiguió—: Pues pensad ahora en aquella sublime tela, y en el insecto que se topa con ella y se enreda. Ved cómo de lo hermoso también hay que esperar las más terribles desgracias. Lamento, mi señor, no haberos dado entonces la lección entera.
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