lunes, 29 de diciembre de 2008

Oferta y demanda - Sergio Gaut vel Hartman


Siempre me ganan de mano, murmuré apagando el monitor de un manotazo. Pero quizá hoy fuera diferente; tal vez la fortuna me estaba sonriendo con su amplia boca de dientes afilados. Un segundo antes, el estruendoso sonido me había hecho saltar hasta el techo y los bocinazos subsiguientes indicaron que el choque había sido de proporciones, en el frente mismo de mi casa. Actué en lugar de razonar y ponderar y cavilar; no me van a ganar de mano, me dije. Renegué de nuevo por vivir en un séptimo piso, pero quedaba fuera de toda discusión que la fortuna estaba de mi lado: por primera vez en los treinta años que llevo viviendo en el edificio, el ascensor estaba al alcance de la mano. No diré que descendí: me precipité, fluí. Pasé como una exhalación delante del encargado sin cruzar una de nuestras habituales bromas sobre la banda ancha y lo útil que es “para conseguir minas” y llegué a la calle jadeando como un búfalo y mintiendo como un mercader de Damasco.
—¡Abran paso, abran paso, soy médico. —Palabra mágica, si existe alguna; “médico” cortó el mar Rojo en dos, como si fuese jalea de membrillo. Y rojo oscuro era. El tipo estaba sumergido en un charco de sangre del tamaño de una bañera.
—No lo toque, doctor —dijo un tipo de barba y anteojos que parecía profesor de antropología o vendedor de seguros—. Está muerto. El auto le pasó por encima de la cabeza y se la reventó como un melón.
—Muy gráfico —dije con una mueca despectiva—. Pero nunca se sabe —susurré.
—Se sabe, se sabe —se empecinó el tipo.
No le hice caso y me incliné sobre el accidentado. —Necesito saber tu nombre, pajarón.
—¿Le habla? —dijo una mujer canosa, impaciente, como si se estuviera perdiendo la novela de las cinco. No le contesté. Moví con asco el saco del muerto y vi el nombre bordado en la camisa. Definitivamente, la fortuna etcétera. Elías Kunti. Extraño. No parecía un monograma. Nadie borda nombre y apellido en una camisa.
—¡Cómo le voy a hablar a un muerto, señora! ¿Es estúpida o qué?
—¡Qué! —respondió un gracioso anónimo. Trece años y muchos granos, seguramente. Pero yo no desperdicié el momento de alboroto que siguió al monosílabo, y le hice al muerto la pregunta fatal y decisiva.
—¿Querés trabajar para mí? ¡Rápido!
—Estoy muerto —dijo el muerto.
—Por eso —repliqué—. Nadie te va a echar de menos. Se me complica un poco con los vivos.
—¿De qué puedo trabajar si estoy muerto —Detecté cierto tono resentido en las palabras del muerto, o tal vez irónico, o cínico, pero me hice cargo de la situación; uno no se adapta a un cambio como ése en diez segundos.
—De personaje en un cuento, ¿de qué va a ser?
—Dijiste que eras médico...
—Muy astuto; ¿no te diste cuenta? Soy escritor; dije eso para que me permitiesen pasar.
—¿Qué personaje me toca en la trama?
El muerto me estaba cansando con sus impertinencias.
—¡De muerto! ¿De qué otra cosa podrías trabajar? ¿De astronauta?
La inoportuna sirena de la ambulancia indicó que me quedaban unos pocos segundos antes de que se lo llevaran.
—¿Me vas a pagar? —dijo el muerto.
—¿Para qué querés plata? —exclamé; estaba azorado.
—Yo no trabajo gratis —dijo el muerto, terco—. Por lo menos hagamos un canje. Yo también escribo.
—¡Ah, sí, mirá vos. Podrías haber sido nuestro primer Nobel. —Parece que al muerto no le causó ninguna gracia mi agudeza y perdió los estribos. Algo me agarró del cuello, me estiró a lo largo de un espacio tubular y oscuro, aproximó los extremos hasta que mis dientes chocaron con las uñas de los dedos de mis pies y anudó apretadamente el conjunto utilizando un cordel acerado y carnoso.   
—Necesitaba un escritor en mí cuento —dijo el muerto—; un cuento que empecé hace años y no lograba rematar adecuadamente. —Me pareció que la sonrisa que se le formaba en el rostro desfigurado era más vasta que el imperio de Temudjin, pero no tuve tiempo de quejarme. Las luces se apagaron y me convertí nomás en personaje del cuento de ese muerto de mierda.
Y aquí me tienen.  

3 comentarios:

Ogui dijo...

Está muy bueno... pero me pregunto por qué Elías Kunti no figura entre los autores...

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Porque la camisa era robada.

Ogui dijo...

Ah! Pardon. Touché. El detalle no lo tuve en cuenta. Soy mal lector de policiales de ultratumba...