viernes, 12 de diciembre de 2008

Motivo para un afiche - Juan Torchiaro


La casa estaba a medio construir. Los albañiles habían dejado tablones, alfajías y caballetes en inexplicable despliegue. El señor contratista recorrió, plano en mano, el laberinto esbozado por los muros incipientes y se detuvo debajo del marco vacío de una puerta. Desde allí observó atentamente. Cotejó con los planos. Inclinó su cabeza sobre un hombro. Invirtió la hoja con los planos. Volteó la cabeza hacia el otro lado. Se rascó la coronilla. Levantó la vista y miró atentamente el marco, sus ángulos superiores cruzados por sendas tablillas, las muescas de las bisagras. Amagó salirse pero cambió de idea y sin abandonar la línea del marco, giró ciento ochenta grados para observar del lado opuesto. La boca oscura de una mezcladora parecía apuntarle. Sobre el contrapiso húmedo se esparcían retazos de tablas erizadas de clavos. Consultó nuevamente los planos. Negó con la cabeza. Volvió a girar y dio la impresión que aumentaba su incertidumbre. No se salía por ese lado. Tampoco se entraba. O quizás ambas cosas, refunfuñó. No tenía sentido entrar o salir sin establecer antes dónde es afuera y dónde es adentro. Los planos no le aportaban una respuesta y en derredor todo se volvía confuso y hostil. Miró de soslayo los parantes del marco. Alisó su barriga. Metió una mano en el bolsillo del pantalón para acomodarse los huevos. Quedó perfectamente alineado. Entonces dejó caer la hoja de los planos. Colocó su cara de perfil y se resignó.
La luna con su fase más llena declinaba en el fondo de la noche. Entre las formas caóticas de la construcción, un hombre yacía enmarcado en dos dimensiones, atrapado por la ausencia de una puerta sin sentido.

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