
Tenía partidos los labios pero eso no le impidió balbucear con furia. — ¡Maldito mono Salvaje! —El grito lo hizo atragantarse con su propia sangre.
—¿Salvaje? —repitió el mono con un tono frío y contenido. Xajier tomó la punta de la larga cadena con su enorme mano y arrastró a Riply, que no tuvo más remedio que correr a su zaga, tropezando con todo y sin poder hacer pie. Fue obligado a subir a una plataforma que comenzó a elevarse. Salieron a la intemperie, el viento era frío y tuvo que esforzarse para no ser abatido por las ráfagas. Estaban a mucha distancia del suelo, vehículos de todo tipo cruzaban el cielo a toda velocidad y parecía que en cualquier momento iban a estrellarse contra ellos; si sobrevivían a la colisión, la caída no los perdonaría. Riply no creía llegar a esa instancia; el brutal mono lo mataría antes y luego lanzaría los restos para que se lo comieran. Tuvo un instante para apreciar la enorme ciudad de torres esbeltas. Xajier lo miro y volvió a repetir: —¿Salvajes? —a la vez que señaló hacia un punto hacia abajo. Estaba bien a la vista pero el impacto de la visión le había impedido reconocerla. Enterrada hasta las rodillas y levemente inclinada hacia un lado, en medio de un parque, como en una exposición, estaba la Estatua de la Libertad.
—Es lo único que rescatamos de entre las ruinas consumidas por el fuego, además de unos pocos sobrevivientes. ¿Salvajes, nosotros? —insistió Xajier con amargura.
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