Finalmente lo descubrí; pero shh…, no se lo digas a mi abuela, no soportaría esa terrible humillación que alcanza hasta la quinta generación, aun en la tumba. Ahí está, míralo. Con sus noventa y cinco años, detrás del escritorio de la librería Otelo, con sus anteojos obscuros bajo la penumbra y el ocaso de la avenida Hidalgo. Tiene las uñas largas de meses, enegrecidas con polvo de libros viejos acumulado en forma de lodo, el alargado semblante, pálido (¿extrañará acaso la luz del sol?); babea cuando habla, recoge la saliva para que no salga del cauce de sus desguanzados labios y ríe, a carcajadas; muestra sus dientes con filo. Otelo, Nicolás, el Chacal de la Guerrero, lector incansable, coleccionista de ediciones príncipe de Sor Juana, leyenda. Y ahí está, en carne viva detrás de su escritorio, detrás de sus columnas de libros que han escondido su crímen y la humillación familiar durante décadas. Ojalá que mi abuela no escuche este relato.
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