jueves, 18 de diciembre de 2008

Drummer 4 - Héctor Ranea


Syd había sido camionero de la legendaria Ruta Nacional 3 por la que había andado más por buscar los expedientes robados de Butch Cassidy que por llevar y traer fardos de lana. 
Su parentesco con el Sundance lo había llevado desde Virginia, en los Estados Unidos, a la Patagonia. En sus años de camionero había aprendido a amarla. Pero amarle ese costado amargo y seco que para otros colegas suyos era la escenificación de la angustia. 
Conocía el camino de Puerto Deseado a Los Antiguos como uno conoce la música que ama. Pero había hecho tantas veces todos los caminos que era prácticamente un baqueano nacido por ahí. Desde las riberas del Río Senguerr a la costa del petróleo, Drummer sabía contar los pasos desde la orilla del camino hasta el primer yacimiento de ostras fósiles. En la zona del Lago Tar había levantado tantos colonos nuevos que se desorientaban por el viento que acabó conociéndolos uno por uno, sus esposas y esposos, sus amantes, convirtiéndose, acaso, en uno de ellos por el tiempo que durasen los romances. Estuvo en el Cañadón del Puma, recolectando las cosechas y cargándolas en los camiones que le tocaba manejar. Ahí, en esa pequeña población, dejó a una mujer cuyos ojos jamás lo abandonaron en el recuerdo.
Denunció a un juez que se quedó con los archivos de las andanzas de su archirecontraabuelo, el pibe de ojos maravillosos, como le decían en San Julián al Kid. Pero él temía que se confundieran con un actor que sí los tenía. Porque Syd no tenía tan bellos ojos y, se sabe, siempre se hereda algo de los archirecontraabuelos y el baterista no tenía nada de aquel remoto antepasado. 
¿Cómo pasó un camionero tan vital a ser el tripulante de la Rosaura, la primera nave tripulada a Júpiter? Es necesario que alguna cosa sea dicha acerca de su pasado en el Sur, su relación con el ladrón de expedientes y ciertos ojos.

No hay comentarios.: