miércoles, 17 de diciembre de 2008

Carmen - Arlette Luévano


Carmen. Carmen y un espejo. Carmen en la oscuridad. El nombre de Carmen basta para llenar la habitación. Podría entrar y llamarla, Carmen, y no habría vacío que no fuera tomado por su fuerza. Pero nadie entra, nadie la llama. Carmen nunca ha tenido su nombre entre los labios. Carmen está sola, frente a sí misma, en la oscuridad.
Incapaz de reconocerse, Carmen mira sólo su ojo derecho, o sólo su nariz, o sólo sus labios. Eso puede hace sin que la embargue el miedo, sin que la invadan las ganas de llorar.
Yo mismo no podría caminar hacia ella sin romper la belleza que se palpa a su alrededor, sin desequilibrar el halo que la protege. ¿Qué tanto sabe sobre sí misma? ¿Sobre yo que la miro?
Carmen deja el espejo sobre la cama, ha terminado la eternidad de ese instante, el tiempo detenido, acumulado, cae sobre su rostro. Y son años los que se agregan a su mirada, como si hubiera contemplado el nacimiento y fin de su reino. Y sólo vio su cabello, su oreja, pequeñas piezas de un rompecabezas terrible. Su espalda se arquea. Un suspiro escapa, una lágrima desciende.
Yo, desde la ventana, parpadeo. Eso basta para que ella me mire. Se sorprende, me reconoce donde creyó sólo había una sombra.
Se levanta y viene hacia mí. Yo retrocedo un paso.
Mientras avanza, Carmen va envejeciendo, sus manos se adelgazan y contraen, sus uñas se curvean, sus pasos se arrastran. Pronuncio su nombre y me acerco a la ventana, pero ella no me escucha, mi voz no logra alcanzarla para romper el hechizo.
Y los ojos de Carmen se abren, haciendo un esfuerzo por soportar los pliegues que pretenden sepultarlos. La boca se va escurriendo hasta casi salirse del rostro. Su cabello se eriza y decolora. Extiende sus brazos hacia mí y veo cómo su esqueleto se trasluce bajo la ropa.
Me dice, ven, supongo en ese gesto que es lo último que observo antes de irme, porque no quiero verla morir sobre mí. Carmen alcanza a abrir la ventana.
Yo, desde la calle, me detengo a mirarla y me arrepiento de haberla abandonado. Carmen, digo, y ella escucha mi maullido antes de caer.

1 comentario:

tazy dijo...

sólo que yo creo que los gatos jamás se arrepienten. Bueno, igual y este tuvo remordimiento de conciencia