lunes, 3 de noviembre de 2008

Utópolis - José Luis Zárate


Las luces de la ciudad no puedan distinguirse. Aún nos hallamos muy lejos. Algunos llevan velas, otros luces químicas, unos pocos preferimos la oscuridad. El camino es lo suficientemente grande para todos. A mi alrededor charlas, voces dispersas. Unos enumeran lo que encontrarán al final de la ruta. Las listas son de lo más variadas. Gente, cosas, tiempos. Yo prefiero acariciar mi lista en silencio. No todos siguen la ruta, pues todo mundo sabe que hay más de un camino al lugar. Somos un mar, el océano humano rompiendo en la lejana, dorada, costa de Utópolis.
Sabemos lo que encontraremos ahí. Lo sabemos al ponernos en ruta, lo vamos afinando en el camino. Las listas enormes se desgastan en los días. Uno se sorprende de lo que acaba siendo. Es por ello que no hay prisa alguna. 
Algunos dicen que una multitud gira alrededor de la ciudad. No desean entrar hasta saber lo que desean, lo que buscan, lo que encontrarán. Tal vez yo me una a ellos. Quiero tenerlo perfectamente claro, pues ¿cómo reconocer el paraíso si no hay una imagen previa? 
Blanco desea el hombre junto a mí, negro pienso yo y sabemos los dos que será justo así lo que encontremos ahí. Ambos, por contradictorios que sean. Por eso es que la humanidad entera está en camino.
—Cuídate que no sea un camino amarillo —me ha dicho más de uno.
No lo es. Lo sé. Juntos caminamos acariciando nuestros sueños. Eso es también una forma de felicidad. 
A veces me digo que el camino es el destino, que esta larga ruta es Utópolis.

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