Unos pasos pesados y siniestros, que hacían temblar el suelo, se aproximaban a la puerta del Taller Siete. Los alumnos, sorprendidos en tareas poco provechosas y nada didácticas, corrieron a sentarse ante sus pupitres. La manija giró y el recio portón de roble se abrió con un gruñido estremecedor. Un hombre alto y fornido entró en el aula. Vestía una pesada toga de color negro y lucía cabellera y barba de hirsuto cabello gris.
—Buenos días, don Rasputila —dijo Olga, una joven repipi con coletas sentada en la primera fila—. ¡Ya me aprendí el uso de los guiones!
El maestro la miró con un ojo inyectado en sangre, mientras que con el otro observaba al travieso Miguel, que pretendía introducir una rana en la mochila de la modosa María Pilar.
—¡Quieto Dorelo —bramó—, o le flagelaré con la Metodología del Taller encuadernada en piel de culo de hipopótamo de pata negra!
—¡Yo no he sido! —exclamó el niño con insolencia, escondiendo la rana en el bolsillo.
Pendientes todos del maestro, el aula se sumió en un silencio denso, sólo roto por el gruñir de las tripas del alumno Saurio, que tenía flato por comer las extrañas recetas que inventaba.
—¡Examen sorpresa! —bramó el profesor de pronto.
La temperatura de la sala bajó varios grados y hasta cesaron los gruñidos de tripas. El educador soltó una carcajada sádica, que le cortó la respiración incluso al curtido Giorno, el único que todavía no retenía el aliento porque estaba masticando un trozo de pizza.
—Ahora, que ya he conseguido toda su atención —dijo—, voy a dar el resultado del último ejercicio.
Fue hasta el escritorio, fingiendo no ver en la pizarra una caricatura del director Hartmanovich en actitud sumamente indecorosa. Se sentó en el sillón, que crujió de forma lastimera, y abrió la carpeta sobre la mesa. Carraspeó.
—Saurio, ¿qué se supone que ha escrito usted? ¡Dije que debía desarrollar una “Mitología Apócrifa” y no “Cómo Meter en Lejía una Mecanógrafa”. ¡Suspendido por pasarse de listo!
El aludido, lejos de sentirse mal por el suspenso, sonrió con gesto ladino mientras se hurgaba la nariz con deleite.
—María Pilar —continuó el docente—, felicidades, su cuento está muy bien elaborado, el lenguaje es bello y descriptivo, y la historia increíblemente romántica. Sólo tiene un defecto, ¡que tenía que escribir un cuento de zombis, sangre y vísceras! ¡Suspendida por sentimental!
La alumna fingió hacer pucheros, pero su mirada artera delataba su oculta satisfacción.
—Dorelo, Giorno y Costantini —prosiguió el pedagogo—, ustedes han rizado el rizo de la provocación. ¡Los tres han presentado el mismo cuento! Si pensaban que podían engañarme deberían de haber sido más originales poniendo los títulos, porque “La venganza de la Pizza”, “El ataque de la Pizza” y “El regreso de la Pizza”, son patéticos. ¡Suspendidos por tragaldabas!
Los tres alumnos sonrieron satisfechos y se felicitaron mutuamente chocando las palmas. Al maestro le rechinaron los dientes.
—A ver —continuó—, ¿quién escribió un relato sobre el Síndrome de Diógenes?
En la última fila levantó la mano una muchacha pecosa con gafas de pasta.
—¿Cómo se llama? —preguntó el maestro.
La presunta estudiante se encogió de hombros.
—Ya veo, no firma sus trabajos porque no sabe su nombre. Tampoco sabe como se utilizan los guiones de diálogo, ni conoce la ortografía y... —tomó aire—. No ha leído la consigna del ejercicio, ya que lo que ha escrito nada tiene que ver con lo que se pedía.
La alumna volvió a encogerse de hombros en silencio, pero una sonrisilla tonta afloró en su rostro. Al maestro se le ensombreció el semblante y golpeó con el puño sobre el escritorio, el tablero se quebró con un crujido.
Como catedrático de ficción especulativa y narrativa conjetural por la Firecracker University, se había curtido en las más duras lides literarias, sin embargo, no podía soportar más tiempo el desinterés de sus alumnos.
—Está bien —suspiró profundamente—, ustedes ganan, esto es superior a mis fuerzas. ¡No puedo más, ustedes quieren volverme loco!
Los alumnos contuvieron su regocijo. Rasputila se puso en pie muy lentamente y barrió con su mirada a los asistentes, la mitad de los cuales no participaban, simplemente se sentaban a mirar.
—He decidido presentar mi dimisión al director Hartmanovich —añadió—. Me marcharé a un lugar muy lejano para dedicarme a mis propios asuntos. Y tal vez encuentre alguien interesado en aprender —dicho esto, con paso firme abandonó el aula para no volver jamás.
15 comentarios:
Muy bueno el cuento, José.
Como don Hartmanovich dice ¡Hemos alcanzado la inmortalidad!. Chicas y chicos del taller ¡somos personajes!.
Sí, ya sé que el jefe ya nos había puesto una vez en un relato suyo, pero estábamos más de incógnito y en nuestros papeles de superhéroes ( aunque mi personaje, insisto como en aquella ocasión, tendría que haber tenido más protagonismo).
A propósito:Jefe, redúzcalo a menos de quinientas palabras y publíquelo aquí, así nos aseguramos la inmortalidad para toda la vida (je).
Bueno, los dejo, porque tengo que entrar a Wikipedia para ver si don Vicente nos insultó con lo de tragaldabas o es un elogio.
No entendí lo de las 500 palabras. Si BNTB ahora es hasta 750, ¿por qué habría de mutilarlo? Eso sí: lo de la caricatura en el pizarrón lo van a pagar con litros de sangre ficcional.
Quizás sea medio nabo y no me haya percatado de la ampliación de palabras, pero en mi defensa podría decir, con un toque de demagogia, que suelo entrar a este sitio para ir inmediatamente a lo que importa: los excelentes relatos que aquí se publican.
Pero, la verdad es que soy medio nabo.
Esta vez os traté con cariño, en la próxima puedo poneros en serios aprietos, jajajaja (carcajada sádica con siniestra reverberación y escalofriante eco.
Pues lo que es yo, encantada, a pesar de los benditos guiones: hacía como mil años que nadie me llamaba joven repipí (y ni hablar de las coletas, que con mi corte de pelo...) Profe, la próxima le traigo una manzana (y sin gusano, como haría el alumno Saurio). Obsecuentemente, saludo a don Rasputila y me voy a estudiar el uso de los guiones de nuevo (para hacer honor a lo que se me atribuye en lo único que sí puedo hacer. Lo de rejuvenecer... pues que no me sale). Me encantó esto de ser personaje y ganar la inmortalidad... Ya sabía que iba a lograr cosas sorprendentes entrando a Taller 7
Aclaro, por si hiciera falta, que yo no dibujé nada en el pizarrón...
No sé, no sé. Dicen los que saben que pocas cosas están más científicamente comprobadas que la tendencia de las repipí a echarle la culpa al compañero de todo lo que pasa en el universo (incluso la rajadura esa que se insinúa por el lado de Casiopea). Así que no sé, no sé...
Me gustó la clase taller 7 y estoy seguro que colabore con un monton de errores inoportunos. No es justo que nada mas que por ser peores que yo aparezcan en la historia. Juro que no soy tan bueno a pesar de lo que dicen. Quiero mi lugar en el cuento o le digo al director.
Universos vislumbrados 2.
No, no deliro, es una pequeña adivinanza: ¿Qué vió Rasputilla en la pizarra? ¿Había en la sala un alumno escondido que no fué visto por el catedrático? Este alumno, ¿No ha demostrado ya su habilidad para la ilustración ( ver el libro antes mencionado)? ¿Despunta el vicio haciendo caricaturas? ¿ Para disimular, ahora reclama protagonismo y amenaza con quejarse con el director al que primeramente ridiculizó?
Saquen sus propias conclusiones.
Personalmente, el misterio de la pizarra, ya está resuelto.
Esto, pero en un cuento, alumno Salemo. Si no lo hace antes de mañana a la medianoche, lo suspendo y le parto un zapallo en la cabeza. (Si no encuentro un zapallo sacrifico la sandía de 25 kilos que me regaló María Dorada, una tía de Graciela que murió un día después que Perón).
Si,jefe.
Queda totalmente prohibido insultar a un compañerito de taller, con improperios varios tipo alcahuete, olfa, chupamedias,etc,etc,etc.
Al contrario: está todo permitido y alentado.
Guillermo:
¡¡Me uno a tu reclamo!! ya somos dos los que nos quedamos fuera, yo te explico: nos sacaron del aula antes del cuento, por quilomberos... No te preocupes, la venganza es un plato que se come frío.(misterio...)
Pato - Patricia
También este cuento, un homenaje al Taller 7, recibió un buen número de comentarios en su momento. ¿Por qué no contagiarse?
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