jueves, 20 de noviembre de 2008

La mancha – Begoña Ugalde


Desperté con un timbre insistente. Dormía hasta ese momento muy profundo, soñando con que un perro me seguía varias cuadras. Iba caminando por un parque que está frente a mi casa y descubría que detrás de unos arbustos el parque se prologaba hasta que se me perdía la vista. Era como una cancha de golf pero con muchos árboles que tenían limones y higos. Con los pies adentro de una pileta unos gringos tomaban sol con unas tangas fosforescentes. Yo me sentaba en el borde de la pileta a ver como nadaban unos peces rojos muy bonitos. Se escondían en un barco hundido de plástico, de esos que venden en las tiendas de mascotas. Me mojé la cara y al agacharme sentí que el perro que me seguía se me subía por la espalda. El perro tenía sobre su propia espalda una mancha como de témpera seca. Yo pensaba que era como una herida que le habían dibujado pero que igual le dolía.
Abrí la puerta en pijama y era el administrador muy enojado. Le dije que estaba durmiendo que volviera más tarde. Él me dijo que viera lo que había pasado. Me asomé por la escalera que da al piso de abajo y había una mancha gigante roja. Si, hubo una fiesta anoche en mi casa, si claro alguna gente tomó más de la cuenta, si claro yo lo limpio. Tomé una escoba y paños y cloro y me puse a limpiar la mancha que se prolongaba varios pisos abajo. Qué mañana de mierda. El perro de mi vecina ladraba cada vez que acercaba la escoba a su puerta. No sé si conseguí limpiar bien la mancha. Todo el día tuve sueño.

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