viernes, 7 de noviembre de 2008

La mañana era soleada - Judith Shapiro


La mañana era soleada. El sol brillaba con fuerza, iluminando todo con un resplandor dorado y el verde del campo contrastaba llamativamente con el azul del cielo, a pesar de que el día era fresco y una brisa suave mecía las hojas del único árbol que adornaba el descampado. Su tronco era grueso, lo que facilitaba el sostén de aquella pesada pero perfecta copa de hojas que coronaba su esplendor del árbol. 
Un ruiseñor se posó en la rama más baja de aquél árbol. Su canto llenaba la mañana como el chocolate la hambrienta boca de un niño. La sombra cada vez más corta del naranjo indicaba la proximidad del mediodía. Las pequeñas florcitas emanaban un perfume que embriagaba el olfato y alegraba a toda persona que descuidadamente pasara por allí. 
De pronto, se oyó un disparo. El ruiseñor voló asustado de la rama del naranjo y fue en busca de su nido, donde la protección era infalible.
Luego un grito. Y silencio. Unos minutos después, algunos grillos volvieron a cantar, suavemente, y se escuchó el sonido del fresco pasto alto aplastado por unos pies presurosos.
Una joven, vestida con ropas de algodón y arpillera, una pollera hasta por debajo de las rodillas y una descuidada casaca marrón y beige, llegó corriendo y llorando a la sombra del naranjo. Apoyó, enseguida, su espalda contra el tronco, se sentó, y sollozando se tapó la cara con las manos.
El viento, ligero, sobrevoló la escena, Sacudió brevemente los bordes de la pollera, e intentó consolar a la muchacha acariciándole los pies desnudos.
Ya más tranquila, la joven extendió todo su largo y ancho sobre la tierra y el pasto, contemplando las hojas y los juegos de luces de sus alegres compañeros.
El viento volvió a soplar, ahora, arrastrándola hacia la suave y única caída en desnivel del campo. El cuerpo flojo rodaba incansablemente impulsado por manos invisibles.
Saludó al cielo con una amplia sonrisa, tendida sobre el nivel inferior. Rapidísimas nubes que aparecían, engordaban y se esfumaban, comenzaron a transitar la celeste superficie, pero sin opacar al sol.
Una nube un poco más grande descendió sobre ella y, fusionándose en una gran masa de humedad, se elevaron unos centímetros del suelo. El viento volvió a hacerse presente, y se las llevó.

Un momento más tarde, las primeras gotas de lluvia comentaban que un muchacho se acercaba. Tenía la camisa estaba manchada y un revólver colgaba de su mano. El naranjo, preocupado, sacudió las hojas en señal de protesta. La lluvia se hizo más fuerte, preparándose para el acto final.
El muchacho apoyó un hombro en el tronco, y contempló, extrañado, el campo.

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