lunes, 3 de noviembre de 2008

Guacamayos – Juan Torchiaro


—¡Loros que hablan! ¡Loros que hablan! ¿Quiere uno, señor? —Me ofrece el pibe que acarrea una soberana jaula llena de pichones de guacamayo, aprovechando mi detención ante la bajada abrupta de la barrera del ferrocarril Urquiza. 
—Mirá, pibe, esos no son loros. Son aras o guacamayos —le digo. —Compremé uno, don, se lo dejo barato — me interrumpe y casi mete la cabeza por la ventanilla—. Éste mire, que ya habla. 
—¡No, mocoso! Estos animales se están extinguiendo por culpa de gente inescrupulosa que los caza para comerciarlos. Está prohibida su venta en todo el país ¿Me entendés? 
—Bueno ¡Ufa!, pero aquí están ahora y yo tengo que venderlos para ayudar en mi casa porque somos muchos hermanitos y mi papá se fue y mi mamá está enferma y el techo se llueve y ya nos cortaron la luz y el gas... 
—¡Pará mocoso! Yo no voy a ser cómplice tuyo ni de los criminales que destruyen el equilibrio ecológico y provocan la extinción de especies enteras.
—Señor, mire, son lindos —insiste el condenado chiquillo casi a punto de llorar y me acerca uno que sacó inadvertidamente de la jaula justo cuando pasa el último vagón del tren y comienzan a alzarse las barreras. Trato de retirar al pibe y su mercadería para poder arrancar y el perico se me prende del pulgar al tiempo que da comienzo un pandemónium de bocinazos. 
—¡Sacame este bicho que me está lastimando, carajo! 
—Déle, don, sea bueno, compremeló! 
—Dale, arrancá, boludo! —me gritan. 
—¡Boludo! ¡Boludo! —dicen los malditos loros—. ¡Boludo! —los energúmenos que quieren pasarle por arriba a mi auto. Empujo, tiro y zafo, entonces arranco y siento que me rozan el auto y cruje el espejo retrovisor. 
—Pará, boludo! —grito. 
Y los loros desde la vereda: —¡Boludo! ¡Boludo! 
Entre los bocinazos el pibe grita: —¡Guacamayos!... 
Loros de mierda, deberían quemarlos vivos con selva y todo...

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