miércoles, 5 de noviembre de 2008

El payaso Desdémona - José Luis Vasconcelos



Sombras rugosas se mecen en el trapecio. Hambruna bosteza el león desdentado. La vendedora de algodones de azúcar ejerce como contorsionista y fotógrafa de niños.
Escurrida y aceitosamente hace su aparición el payaso Desdémona frente a la insalubre concurrencia. Apenas comienza a gesticular cuando el vozarrón de Pavarotti sacude la carpa y el factor sorpresa huye entre un pusilánime rugir de leopardo tatuado de pantera. La gente esboza una media mueca, nada más.
Desdémona ve cómo las gradas se alejan, escurridizas como su maquillaje rojo miseria. San Marcel Marceu no me dejes caer, piensa.
Inútiles sus esfuerzos para alargar el guión corto de esas máscaras adustas.
Rasca su tobillo de zebra y se refleja escarabajo en la punta del zapatón. Tembloroso, a la mitad de su acto, gusano que flota dentro del enorme traje, observado por una treintena de bestias pendientes de sus inútiles rutinas…
El payaso Desdémona lanza un jo-jo-jo desafiante que apenas estremece a la anciana sin piernas. Hurga entre su disfraz y extrae un enorme pistolón, lo lleva a su sien, dispara, se desploma y emerge de su cráneo sangrante la banderita percudida con un tímido ¡Bang!
La gente suelta la carcajada y aplaude rabiosamente, pero el cómico ya no está para atestiguarlo.
La contorsionista que ejerce como vendedora de algodones de azúcar ahora es la fotógrafa que invita a los paterfamilias para que lleven a sus hijos al centro de la pista a posar para una linda fotografía sobre los restos de Desdémona.

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