—¿Podemos pasar? —Por lo general Kurosawa era tímido, pero la muchacha lo cohibía todavía más.
—¿Dónde hay otro?
Kurosawa miró por sobre su hombro y vio que Tahl entraba al casino. Casi de inmediato una furcia se le colgó del brazo. ¡Pobrecita! El letón sólo tenía rublos.
—Soy Kurosawa. ¿Me da una taza de café?
—Es confianzudo. ¿No sabe que soy fóbica a los pollos mamíferos?
—¿Ese de ahí es su novio? —El japonés señaló con el índice una reproducción del alien de Giger que esperaba su momento en una vitrina.
—Es mi amante —dijo la muchacha—. Mi novio se parece a usted. Mide más de dos metros. Juega en la NBA, de portero. Lo mejor será que se vaya, porque está por llegar y es muy celoso.
—¿Me puedo esconder en su cuadro?
—No sea tonto: quedaría como una ridícula mancha amarilla. Vaya por ahí.
Kurosawa contempló el rincón nocturno, descorazonado. No había mucho para elegir. —¿Sabe? —dijo—. Esto me está cansando. No creo que llegue al final. Cometeré sepukku antes del diecinueve.
—Falta para el diecinueve —replicó ella—. Espere: tengo algo. Tómese el contenido de esta botellita.
—¿Qué me ocurrirá si lo hago?
—Se enterará cuando despierte.
1 comentario:
Me parece que Kurosawa está buscando su propia novela, no?
Héctor
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