Sonaban los tres celulares de la casa a la vez, incluido el que no usaba hace más de un año. La casilla de mails se llenó, tanto la de la oficina como las dos privadas. Las cartas se acumulaban en distintos formatos, con sobre de colores y hasta uno perfumado. El teléfono sonaba a las doce, a las tres y a las cinco. En las dos primeras cortaba y la última, una voz conocida mascullaba casi llorando. Alguien trataba de llamar mi atención. El contenido del mensaje era el mismo: Auxilio. ¿Quién enviaba los mensajes? Yo. Imposible.
Pero fui yo el que aparecí muerto por la mañana a los quince días exactos de recibir el primer recado. Encontraron un último mensaje mío en el contestador: No pude soportar más sus ausencias y lo maté.
Les prohíbo que consideren el hecho como suicidio, justicia por mano propia es lo adecuado.
1 comentario:
***
El juego con el absurdo trae de vez en cuando reflexiones muy interesantes.
Esta sin duda lo es.
Felicidades a su autor (o autores).
***
Publicar un comentario