Desde su cama, apoyada en un codo, la joven madre contenía la respiración. Alcanzaba a distinguir aquel fenómeno, claro que sí. ¿El vodka? ¿El delirio de una noche de amor? ¡Pero a qué dudarlo, pensó, no seas tarada! ¡Qué noche de amor ni qué vodka, nena! ¡Ahí está en serio, como que hay Dios!
Un gigantesco pajarraco nocturno flotaba más allá del ventanal. Ese murciélago de marioneta navegaba remolinos negros en vuelo hacia delante, batía alas portentosas, se volvía una miniatura en el horizonte de oscuridad y ráfagas.
La mujer sintió la garganta seca.
Su primer impulso fue gritar, pero se contuvo: un día que la beba dormía, al fin, por dos horas seguidas...
Se incorporó un poco. ¡Si al menos le hubiesen quedado un par de fotos en la Kodak, carajo!
Juraría que el ave cargaba algo sobre el lomo, acaso una figura humana. Pero le era imposible aseverarlo. Estimulada por los vaivenes del Smirnoff, aquel ser le recordaba cierto monstruo prehistórico provisto de picos y garras y alas como de lona o cuero. ¡Un triceratópico, eso! ¡Tal cual!
Se levantó en silencio, acercándose al balcón, sin preocuparse por el frío de los mosaicos. Y desde allí vio alejarse al ave entre las tinieblas.
La bestia y su cargamento se perdían, se difuminaban más y más hasta convertirse en un punto y desaparecer en la nada del cielo.
Lástima la cámara, se dijo la mujer.
Fue hasta el tocador y buscó la cigarrera. Encendió un Marlboro y, sentada frente al espejo, le dio rápidas pitadas antes de aplastarlo contra el cenicero.
Se acercó a la cama, diciéndose que algo no funcionaba del todo bien aquella noche. Sobre la mesa de luz quedaba un vaso con restos de vodka. Lo bebió de un trago.
Entonces, a punto de meterse bajo la calidez de las cobijas, un presentimiento la paralizó.
Corrió hacia el pasillo, y en el camino se estrelló el dedo gordo del pie contra el marco de la puerta. El dolor fue centellas y estacas perforando la cutícula de la uña encarnada. No le importó: toda su atención estaba en la puerta de la habitación de su bebé.
Al abrir, lo primero que vio fue el revoltijo de la cuna.
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