sábado, 6 de septiembre de 2008

Suicidio perfecto - Carlos Feinstein


Su mente se fue hilvanando poco a poco y el dolor llegaba en oleadas, cada una más terrible y espantosa que la precedente. Intentó abrir los ojos y se encontró ciego.
Pero eso ya lo sabía. Todo estaba bien planeado. En segundos comenzaron a funcionar los implantes. Ambas cámaras incrustadas en sus hombros y atornilladas en las clavículas, le dieron un panorama de la habitación. Los GPS y los cronoposicionadores le indicaron que estaba en el lugar y en el momento correctos. El dolor era espantoso, y los sistemas automáticos le inyectaron una dosis de morfina como para matar un caballo, pero no importaba, todo su ADN se había destruido en el viaje temporal. Más allá de los treinta minutos, una muerte horrible lo esperaba.
No tenía tiempo, buscó y los ojos artificiales vieron al bebe asustado que lloraba en su cuna. Disparó el arma y los proyectiles rellenos de explosivos hicieron su trabajo.
Habiendo asesinado su pasado, el yo futuro estalló en un tornado de 
chispas. Pero no fue el único lastimado. El universo entero estaba herido en su constitución más básica. Y la lucha por la supervivencia comenzó a una escala nunca vista. Constantes fundamentales, fueron modificadas con el fin de erradicar la paradoja. Decenas de supernovas estallaron por día siguiendo las nuevas leyes físicas, destruyendo incontables civilizaciones y planetas con vida. En su carrera por sobrevivir, el universo se expandió tratando de evitar el daño secundario de sus acciones, creando grandes cantidades de energía oscura. La necesidad de compensar los efectos causales, lo obligó a llenar las zonas vacías con materia oscura en gigantescas proporciones. No pudiendo detener lo que se había iniciado, el universo se desintegró como una nube de niebla cada vez más tenue. 
Se dice que esta última etapa no fue inmediata y que las pobres civilizaciones inmersas en este cosmos especularon durante generaciones con los datos de estos fenómenos, sin comprender el grave peligro en que se encontraban. Nunca llegaron al conocimiento de que se alojaban en los últimos estertores de un dios agónico.

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