jueves, 11 de septiembre de 2008

Por favor, no leer - Claudio Amodeo


Esta es una última advertencia. Aquí haré un punto y aparte y ya no habrá más alternativas. Puedes detenerte y alejarte tranquilo. Aún estás a tiempo.
Aquí ya es imposible retornar. No existe salida, creas o no en lo que te digo, diste el paso adelante y eso es irreversible. Si miras hacia atrás sólo verás una pared. Si ves hacia delante sólo verás un abismo. La pared es impenetrable, el abismo, insondable. ¿Qué hacer? Avanzar, claro.
Aquí me presento. En la caída al abismo, mientras tu cuerpo se desliza fugaz envuelto en absoluta oscuridad, puedes percibirme. Soy tu anfitrión, tu último guía hacia las profundidades del universo. Qué encontrarás al llegar allí. La muerte, claro. No hay más. Sólo una inmensa pira de huesos putrefactos retorciéndose sobre el estiércol. Pero la muerte puede llegar a ser un beneficio para gente como tú. En definitiva, luego, no habrá más preocupaciones ni interrogantes. En el fondo, el lodo todo lo cubre. Es una extravagante forma de paz.
Aquí risas.
Aquí tu caída se detiene. Quedas suspendido en el aire, envuelto en oscuridad y abrazado por el viento gélido que sopla desde el fondo. Si ves hacia arriba hallarás una diminuta e insignificante estrella. Si ves hacia abajo, también. Este es el punto del equilibrio. La estrella es, simultáneamente, el ayer y el mañana, lo pasado y lo porvenir. Ninguna de las dos cosas te son alcanzables ahora y te lamentarás por haberlas perdido. Tranquilo, es inútil esforzarse.
Aquí la conciencia desaparece, las barreras se eliminan, los límites se fusionan, el cuerpo se diversifica. Aquí serás hombre y mujer, y homosexual también. Serás animal, vegetal, mineral. Serás yo y serás nada. Aquí serás dios.
Aquí llanto.
Y el lamento. Y la caída, continúa.
Esta es la muerte del que no cree. El que cree al menos ve un túnel, una luz, un destino. Aquí, sólo una pira de huesos putrefactos. Es lo mismo. Es el fin.
Y caes y te estrellas. Y desparramas con tu cuerpo fresco los huesos mal acomodados. Y los restos de carne putrefacta te ahogan, te desean, te devoran.
Te advertí al comienzo. No debías continuar. Ahora ya has visto, has oído, has conocido. Sabes que aquí volverás. ¿Cómo harás ahora para dormir? ¿Cómo hallará tu mente descanso, tranquilidad?
Aquí puedes salir. Pero sólo es la salida hacia un nuevo laberinto. Ese laberinto te devolverá tarde o temprano y nos encontraremos nuevamente, finalmente. Entonces narrarás estas palabras a alguien más, a otro desprevenido. 
Y yo te estaré viendo, desde el fondo, desde la pira de huesos, retorciéndome en el estiércol y esperándote junto a los demás para darte nuestra cálida bienvenida.

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