La hechicera posó para el pintor. Voluptuosa, espléndida, misteriosa.
—Será mi mejor portada. Mi obra maestra —comentó el artista dando pinceladas posesas que le salpicaban de óleo.
—Todos se enamorarán de mí al verme en el kiosco —dijo algo melancólica la longeva señora de la magia— y su amor me permitirá vivir otros cien años. Así es la vida de las musas... Pero nadie de ellos se sentará conmigo dentro de cien años a tomar el té o a conversar de cosas banales. Estaré sola... Como siempre lo he estado.
El pintor dejó los pinceles, sacó una rosa de una caja y se la ofreció.
—Tal vez no pueda seguirte en todo tu viaje, pero sería un placer compartir parte de él.
—Ella le sonrió con una emoción largamente olvidada y pensó lo sabios que son algunos mortales a pesar de tener vidas tan efímeras.
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