miércoles, 10 de septiembre de 2008

El hijo ausente - Rogelio Ramos Signes


Érase un hombre que coleccionaba libros con la palabra contumaz. Novelas, ensayos, biografías, compilación de cuentos, acopio de poemas, diarios de viaje, encendidos libelos, empalagosos ditirambos. Cualquier cosa impresa y en forma de libro que incluyese la palabra contumaz, enriquecía y engrosaba su biblioteca.
La tarea de Bautarazo Embista (hombre parco y extremadamente solitario) no era sencilla, pero su perseverancia lo había llevado a fichar su libro número 7.004 para una colección que, según él, aún debía crecer algo más. El sólo hecho de convivir con más de 7.000 rebeldes, porfiados y tercos contumaces ya merecía todo nuestro respeto.
Pero una noche de despiadada lluvia, y de las imaginables inundaciones en una ciudad (como ésta) no preparada para esos desbordes del cielo, encontró a nuestro héroe un poco lejos, buscando nuevos volúmenes en tierras ignotas. Fuera de su alcance, a varios cientos de kilómetros, uno de los tantos libros de su biblioteca (sólo uno de los 7.004) naufragó en un río que, partiendo de un albañal vencido por el peso de los años, desembocó en un costado del depósito y lo arrastró calle abajo hacia una catarata sin retorno. Era un incunable; una figurita difícil, como se suele decir.
Cuando el coleccionista, con un nuevo volumen bajo el brazo, más el peor de los augurios, regresó a la ciudad, la catástrofe ya había acontecido; el excedente de agua se había secado sobre un suelo siempre sediento y nadie supo responderle por el hijo perdido.
Ése fue el comienzo de su imparable caída. Dejó de comer, acentuó su consumo de alcohol, ingirió morrales de pastillas sedantes, dejó de frecuentar a los pocos amigos que tenía e inclusive se negó a recibirlos cuando, con nuevos y extraños libros portadores de la palabra contumaz, golpearon a su puerta.
—Está loco —decía Euberto Alnuco, el más superficial de todos ellos—. Tiene más de 7.000 libros y se deja abatir por la pérdida de uno.
Euberto Alnuco no tiene hijos y, como van las cosas, nunca los tendrá. Su comentario, entonces, de nada sirve.
¿Puede acaso la presencia de más de 7.000 hijos hacer olvidar al que se fue, arrastrado por las aguas sin que nadie moviese un dedo para salvar su vida? Un padre sabe que no.

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