lunes, 15 de septiembre de 2008

El cinabrio - Álvaro Menén Desleal


Me consta que el cinabrio, preparado en elixir, prolonga indefinidamente la vida. Un antiguo relato chino informa de cierto viejo llamado Huan An, quien, pese a haber pasado de los ochenta años, tenía el aspecto de un adolescente gracias a que se nutría con cinabrio. Solía sentarse sobre una tortuga. Un día le preguntaron:
—¿Cuántos años tiene esa tortuga?
—La capturó y me la dio Fu Hi, cuando inventó las redes y las nasas de pescar —afirmó el viejo, haciendo retroceder el origen del animal al neolítico—. Desde entonces yo he aplanado su carapacho sentándome encima. Esta bestia teme la luz del sol y de la luna; por eso asoma la cabeza una vez cada dos mil años. Desde que está conmigo ha sacado ya la cabeza cinco veces.
La historia me la contó en el Chinatown de San Francisco el recadero de una lavandería, quien me dijo además haber ido él mismo en embajada al Estado de los Ta Ts'in (el Imperio Romano) el año 27 antes de Cristo. Más tarde, el año 97, hizo el mismo viaje en calidad de guía y traductor, cuando Ngantuen (Antonino Pío) era el Emperador. Plinio registra el nombre que los latinos daban a los chinos (Seres) y Floro da cuenta del primero de los viajes mencionados.
Antes de echarse la aplastada tortuga al hombro, el chinito de San Francisco me dijo que el Tonkin era llamado entonces Xe-nan, de donde se derivó, al través del hindú, el árabe y el latín, la palabra China.

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