domingo, 7 de septiembre de 2008

Buhardilla - Aleida Galmiche


El viento azotaba los encinos. La cabeza de Trino sufrió otra implosión; el horizonte se tornó azul violeta. Abrió los ojos y un rayo de angustia le hizo saltar. Ahí estaba de nuevo, verde e inquisidor; un día más bajo su custodia irremediable.
El gorjeo afuera picoteaba los oídos. Amedrentó su angustia con pasos firmes, ruido de vida mínimo, rechinido de árbol muerto bajo piel, sobre ratas. Otra vez observado cada segundo, el iris lúbrico reflejó su imagen.
—Trino, Trino, sácame de aquí, ¡no te vayas!
—Si supiera cómo, me habría largado desde el principio —respondió.
No tenía interlocutor, recordó el “Pájaro Azul”, burlón tomó la pistola, chupó el cañón y la arrojó a la cama.
No soportó más.
El crujir de vidrio atrajo curiosos. Un hombre bañado en sangre verde se lanzó por la ventana elíptica del reloj mayor, al tiempo que el ave negra musitaba “never more”.

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