miércoles, 13 de agosto de 2008

Títeres sin hilos - Ricardo Giorno


El títere sin hilos se detuvo en la habitación que el alimento indirecto presumía sagrada y se frotó las manos detrás del cortinado, satisfecho de su papel.
Ungido por la necesidad divina, preparó con cuidado sus próximas palabras, y se detuvo con placer en cada giro, cada inflexión, que su fe en Aquel le dictaba.
Satisfecho, hizo entrada elegante y subió al púlpito con la aprendida concentración que caracteriza a los de su comunidad.
—La paz sea con vosotros —dijo.
—Y con tu espíritu —contestaron los alimentos indirectos.
Imité los movimientos del alimento de al lado, y traté de seguir las canciones. Pronto me di cuenta que no había sido detectado. Pulse INVESTIGAR, me metí el registrador en el bolsillo, y aguardé.
Recién cuando el títere levantó los dos palos cruzados, noté la vibración del aparato. La tarea había concluido. Pero debía seguir manteniendo las apariencias. Comí la galleta desabrida que repartieron, y me dediqué a la contemplación de los aspectos divinos del evento.
A la salida, y para seguir con la misión, crucé la calle y entré al bar. Luego de una grappa y un grisín de anís, entré al baño.
Deje el registrador en el lugar señalado y salí caminando con aire indiferente.
Antes de subir al deslizador, me permití pensar que los títeres sin hilos son sólo eso, a pesar de nacieron humanos. Miré a mi alrededor: la gente pasaba sin levantar la vista, con los ojos clavados en el piso. ¿Sabían que eran alimento? No, no lo sabían porque lo que está en juego no es la carne sino otra cosa, más sutil, más... espiritual. Di gracias por haber entrado en la resistencia y a los científicos que hacen posible esta lucha. El cerco se está cerrando sobre los que comandan a los títeres.

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