Son, si son, doscientos metros de cantinas, una enfrente de la otra, de la que salen olores grasosos y música inaceptable. Pero en un punto, como siempre, indefinible, la alegría, y quizás la belleza, son auténticas. No me pregunten por qué creo eso.
La cuestión es que estaba caminando por allí, en medio de una amable multitud, cuando vi avanzar, en sentido contrario, a alguien muy parecido a mí. Hubiera querido decir de entrada que era yo mismo, pero sería otra cosa injustificable. De hecho, al principio sólo pensé en cuán parecido era; más joven, claro, pero solamente unos años. Sólo después, cuando estábamos bastante lejos, en direcciones contrarias, repito, me di cuenta de que el tipo tenía puesta ropa que era indudablemente mía, que había sido mía.
Por supuesto, por más que me volví e intenté alcanzarlo, o al menos verlo de espalda, no lo pude hacer. Fue sólo un “flash”, nada confiable, pero la imagen me siguió unos días, que ya, ahora que lo escribo, son años. Un tipo igual a mí, con menos canas, con ropa que ya no tengo, caminando por el centro del mundo, la trivial Drosselgasse, de Rüdesheim, Alemania.
Lo recuerdo en momentos malos; en cualquier momento, si vamos al caso. No hay mucho más que decir. Sé que el tipo tenía todo el aspecto de estar en paz consigo mismo, de haber encontrado su lugar en el mundo. Pero eso no es posible, es sólo algo que yo imagino, lo verdaderamente fantástico de todo este asunto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario