sábado, 30 de agosto de 2008

La señora Johns - Araceli Otamendi


La señora Johns creía en la reencarnación y escribía un diario desde hacía años. También tenía un perro llamado Peter y un jardín con huerto muy bonito que ella misma cultivaba.
Peter era un maltés muy lindo que el señor Johns le había regalado a la señora Johns para uno de sus aniversarios. Años después, muerto el marido la señora Johns se dedicó a cuidar al perro y al jardín.
Durante los duros inviernos, a la señora Johns le gustaba leer la Biblia, también algunos libros de escritores sureños al lado de la chimenea mientras Peter se acostaba a sus pies. El perro parecía dormir durante todas esas horas pero en realidad, por momentos vigilaba a la dueña que sí se quedaba dormida junto al fuego con el libro en la mano.
Un día en que se había amontonado la nieve en la puerta de la casa de la señora Johns, el perro amaneció muerto. La señora Johns no sabía qué hacer ni a quién llamar y lo enterró en el jardín cerca de la huerta. Esa noche cayó una nevada de dos metros de alto y la señora Johns anotó en su diario que Peter había muerto y ella lo había enterrado en la huerta, cerca de los árboles frutales.
Poco a poco el clima fue cambiando, el sol era más fuerte por las mañanas y la señora Johns contempló con satisfacción como la nieve se iba derritiendo y que los días iban siendo más largos. También, uno de esos días, la señora Johns anotó en su diario que iría a visitar un día de esos la tumba del señor Johns en el cementerio.
La señora Johns pensaba que un día de ésos el señor Johns aparecería transformado en alguna otra cosa, tal vez como un pájaro, un perro o vaya a saber qué. Y a veces se permitía pensar que Peter también podría volver como alguna otra cosa, tal vez como un pájaro o vaya a saber qué.
Durante la primavera del año siguiente, los árboles volvieron a tener brotes y la señora Johs volvió a sembrar semillas en la huerta. Ella misma cultivaba las hortalizas y los vegetales que luego preparaba en ricas ensaladas. Muchas veces venían a ella las palabras del señor Johns: —Querida: sabes que no como si no hay ensalada.
Era entonces cuando cortaba los vegetales en trozos muy pequeños, luego les agregaba aceite, vinagre, limón y sal y los masticaba con delicadeza y a veces con rabia.
Una de esas tardes de primavera la señora Johns estaba en la cocina preparando ensaladas y dulces y vio cómo se acercaba un pájaro de plumaje brillante a la ventana. Pensó que tal vez podría ser una reencarnación de su marido, el señor Johns, o tal vez del perro muerto el año anterior.
La señora Johns anotó en su diario, esa misma noche, acerca del acontecimiento de la tarde: “ante la duda decidí no abrir”.

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