El día que Francisco Cazón cumplió sesenta años hizo balance de su vida y llegó a una triste conclusión: había fracasado. No se recibió de médico, ingeniero o administrador de consorcios; tampoco logró ser barrendero o fumigador. Su vida sentimental había sido un desastre y aun cuando llegó a casarse con Almita, fracasó en la noche de bodas y en todas las noches que siguieron. Tampoco tuvieron hijos, claro, y no se animó a recurrir a la adopción, fecundación asistida o clonación, ya que estaba seguro de que todo habría salido mal. Como lógica consecuencia, no se atrevió a plantar el árbol y mucho menos a escribir el libro. Así se escurrió la vida entre los dedos de Francisco Cazón, de fiasco en fiasco. ¿Qué quedaba por hacer? Sólo una cosa, y en esa no fracasaría: Francisco Cazón decidió morir por propia mano para tener éxito en alguna empresa, aunque no pudiera quedarse para ver el resultado. Pensó largo y tendido y descartó todos los métodos: podía errar el disparo, romperse la cuerda, el tren frenar a tiempo... Así que eligió un sistema infalible: se sentó en una silla frente a la ventana y esperó a que la falta de alimento hiciera su trabajo. Supo, con absoluta certeza, que esta vez no fracasaría.
Pero fracasó. Al cumplir ciento veinte años, Francisco Cazón reflexionó acerca de qué significaba pasarse sesenta años sentado en una silla y no morir. ¿Podía ser considerado un fracaso? No, ya que había logrado un relativo éxito en una dirección impensada: era inmortal, o por lo menos muy longevo. No había comido nada en sesenta años; había estado todo el tiempo sentado, mirando por la ventana. Era inexplicable, pero no se atrevió a moverse por temor a que cualquier acción lo hiciera fracasar. Así que siguió sentado, sonrió y, por primera vez en su vida, el éxito, o algo bastante parecido, circuló por sus arterias.
Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman
7 comentarios:
Terrible. qué agobio!
muy bueno.
Excelente Sergio, buenísimo.
Muy bueno, Sergio.
¿Les parece? Para mí este cuento es un fracaso.
Sergio.
Me parecio un interesante y aterrador cuento...
Siceramente...
Conozco un señor así: sentado en una silla viendo pasar la vida... de vez en cuando saca la lengua para que sepamos que está vivo.
Este cuento me inspiró otro cuento porque hay palabras que en sus entrañas incuban.
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