jueves, 12 de julio de 2012

Vapor en las calles durante la noche, sirenas sin dolor - Héctor Ranea


—¡Oyeme, hermano! —me dijo un anciano de color, en el muelle de la Calle 24, casi en la Bahía de Gravesend.
No le di lugar al pedido. A esa hora no hablaba con nadie. Hubiera querido ser un fantasma. Me encantaba caminar por New York de noche, pero a esos que quieren pegársete en cualquier instancia y a toda costa, no los aguanto. Días atrás, un petimetre de Manhatann Sur, blanco él, bien rosadito y angosajón, había creído, en ese bar de Tribecca tan atildado, que mi forma de deambular escondía un supuesto temor a confesarme gay y me persiguió por la mitad de la Greenwich hasta que en la esquina de Worth lo dejé durmiendo de un golpe. Eso no fue bueno para él, especialmente porque era noviembre y murió, supe después, de frío. Que se joda. No se molesta a nadie por querer ser un fantasma neoyorquino.
Pude dejar atrás a ese viejo y me adentré en el Village, otra vez, como si quisiera encontrar ahí algo que me faltaba para ser el fantasma que quería ser y, como solía suceder, entre el vapor de las alcantarillas, el ajetreo insensible de las ambulancias y los coches de policía, caí de nuevo en la esquina de Thompson y Bleeke. Precisamente, esa noche cantaba Nina Simone. No me dejaron entrar; logré colármeles por la entrada de servicio, donde nadie miraba a nadie, tratando de poner todo ese caos en forma de piscolabis ordenados. En el apuro, sólo atiné a quitar un vaso vacío y usado y me metí en el bar. Una vez allí, el barman, al verme con la copa vacía me ofreció llenármela. Le pedí un Old Fashioned, lo cual le sorprendió un poco, pero al poco rato me trajo uno rebosante en su copa límpida, recién pulida.
A Nina apenas se la veía, sentada en una silla baja, cubierta de periodistas y amigos, que celebraban el acontecimiento y, cuando yo la pude ver, supe por qué había elegido este destino de fantasma.
Si hubiera sido uno más en el metro, yendo y viniendo de la Columbia al Empire y viceversa, nunca hubiera podido conocerla y ella tampoco a mí. Como en las malas películas, nos vimos cara a cara a través del arco que el brazo de uno de sus productores dejaba al meterse las manos en los bolsillos. Era lindo ver cómo ella podía tomar de una copa igual a todos los blancos y se la veía contenta, feliz de estar en este bar, en ese momento, mientras pensaba sus canciones. En ese preciso momento, me vio. Y supo que había visto un fantasma. Su cara se iluminó diferente, con una sonrisa. Bella como era, le sonreí como a mi hermana, de modo que no me creyera realmente un fantasma. Ella gritó:
—¡Óyeme, hermano! ¡Quiero cantar “Just in time”, ya!
—¡Genial, hermana! ¡Vamos, que la gente te dará ánimos! Empecemos —dijo Hamilton, ya sentado a la batería.
Y ella, dulce, caliente comenzó:
—Just in time
you’ve found me just in time.
Before you came my time was running low...
No me quedé hasta el final de todas las canciones porque, en definitiva, había sido ésa la canción definitiva... “Te encontré en el momento preciso... me encontraste en el momento preciso”... Yo iba canturreando esa canción aún por Bleeke, bien dentro de la niebla, cuando me cruzó de nuevo el viejo negro. Rengueaba un poco.
—¡Hermano! Te encontré justo a tiempo. Acompañame. Esta vez no iremos al hospicio, te lo juro. Entrégate que esta vez será todo más tranquilo.
Juro que dijo eso y su voz apaciguó en mí toda la desesperación de esa noche magnífica. Me entregué, me dejé llevar.
—¡Hijo de puta, cómo nos hacés correr! Tres veces en tres días, con sus noches. Te escapás de todas. No sé cómo hacés, pero te juro que no lo volverás a hacer más. No señor. Beethoven vuelve a Central Park, ¡sí señor!
Mientras decía eso, dos lágrimas de bronce fundido se me escapaban de mis ojos, escuchando a Nina Simone cantar “I put a spell on you” tan caliente que me ablandaba. El guardia negro puso dos tapones en mis oídos para que siguiera siendo sordo aún muerto. Y acá estoy, parado, frente a toda esta gente que me mira sorprendida... Beethoven esculpido por Baerer, con un disco de Nina Simone entre sus ropas: primera canción “Just in time”.


Publicado en: http://ediciones-irreverentes.blogspot.com.ar/p/ny-relatos-oyentes.html
Acerca del autor:
Héctor Ranea

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