lunes, 18 de agosto de 2008

Espejos 3 - Ramiro Sanchiz


Me planto ante el espejo y me miro: ese es mi rostro. Sigo la línea de la boca, la nariz y los ojos. Me detengo en la humedad del cristalino, la espesura del iris, el enigma de las pupilas, luego hago retroceder un poco la mirada. En esa pequeña oscuridad una figura se refleja: es la mía. Razono que mis ojos duplican la figura del espejo y este a su vez la refleja, volviéndomela visible, un yo encerrado dentro de mi yo, minúsculo. Ese también tendrá ojos, razono, y por lo tanto allí se refleja una vez más mi forma. Hay un infinito aquí, estoy perdido en una serie que se extiende indefinidamente, dentro y fuera de mi imagen.
Pero hay un punto que no puedo ver. Detrás de mi cabeza nada puede reflejar lo que sucede y volvérmelo cierto, hacérmelo ser pues ser es ser percibido. En vano agito mis manos trazando signos y esperando que pueda doblar hasta ese extremo la mirada y ver, pero nada existe desde el punto ciego y plantar en su espacio otro espejo sólo ahondará la abominable multiplicación de las apariencias, dejando siempre un hueco, un punto donde la mirada y el ser no alcanzan.
Qué curioso, pienso, si todo esto fuera un gran espectáculo, si toda mi vida un entretenimiento, seguramente allí pondrían las cámaras.

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