Llevaba horas esperando, sentada en aquella silla de cuero envejecido. La sala era áspera y mortecina. Aparte de la señora que la recepcionó al entrar, no había sido capaz de detectar presencia humana alguna. Volvió a mirar el reloj. La puerta se abrió, y un señor bajito, sin edad, con aire de persona instruida y voz grave, deletreó su nombre. Ella entró en la consulta y, sin más dilación, se dejó caer en el diván, desbocada por sus preocupaciones.
—No tengo nada contra papá Lewis, no me canso de repetirlo. Él no pudo hacer más. Sí, ya lo sé, nunca llueve a gusto de todos, pero tampoco es eso...
—Siga, por favor…
—Sí, sí, ya le cuento, sin más demora. Fácil tampoco ha sido: apareció aquel conejo y después, eso de nadar en un mar de lágrimas, crecer y decrecer, como si fuera una mujer elástica, y además lo del abanico, y eso sólo fue el principio. Mi vida ha sido una pesadilla…
—No se pare por favor…
—La verdad, los animales me gustan: el pato, el loro, el aguilucho, el ratón y el dodo.
—¿Cómo dice?
—El DO-DO, normal que no lo conozca, hace años que se extinguió. Vivía en las Islas Mauricio. Es como una paloma. Si busca en la enciclopedia, mire la entrada "aves columbiformes". Además es un ave que no vuela. Algunos animales me gustan más, y otros menos. Entre estos últimos, el conejo blanco... y los gatos, esos tampoco… —Se paró un momento y, sin preguntar, bebió el líquido de un vaso que había en la mesita. Saboreó el brebaje, esperó, pero no ocurrió nada. Bostezó. El señor parecía contrariado.
—Siga Señorita, no pare, que esto se pone interesante.
—Usted no sabe lo que es discutir con una oruga azul, y ya no me paro a explicarle lo de la tortuga mutante, y lo del señor cara de pez, sería demasiado largo —el matasanos la miró extrañada—. Usted debe de creer que estoy loca. ¿Sabe qué? Ahora le hablaré de mí. No tengo hijos, ni siquiera me casé; la verdad, nunca he conocido hombre alguno. Yo siempre soñé con El Principito, era mi amor platónico, mi héroe, pero no tuve oportunidad de conocerlo. Seguro que nos hubiéramos entendido a la perfección. En el fondo los dos somos unos incomprendidos.
—¿Y a qué se dedica usted?. Seguía mirándola.
—Es difícil de explicar. A mí me hubiera gustado ser la Caperucita Roja. Incluso me hubiera conformado con protagonizar Blancanieves, pero nunca me dejaron elegir.
—Dejemos por hoy la explicación. Mire esta imagen y dígame que le sugiere.
—Señaló con el dedo. Aquí la tiene, la reina de corazones.
—¿Y como dice que se llama usted?
—Yo, Alicia…
—¿Y de dónde dijo que venía?
—Se lo dije a la señora de la entrada, lo anotó en la ficha sin mirarme y sin expresar palabra alguna. Si quiere también se lo digo a usted, pero está en la ficha.
—Él observó la cartulina amarilla, llena de anotaciones, Se la quedó mirando fijamente, cómo si un cataclismo hubiera abierto una falla entre los dos. Interesante, dice que viene de "El País de las Maravillas". Grave no es, pero creo que la terapia será mas larga de lo previsto.
© Xavier Blanco 2011.
Tomado del blog: Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com/2011/01/20-el-principito.html
2 comentarios:
Muy interesante tu relato...un abrazo de azpeitia
Gracias Azpeitia. Ahí estamos, aprendiendo cada día de todo y de todos...Xavier
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