miércoles, 2 de febrero de 2011

El viaje del Abuelo - Sergio Bayona


Al Abuelo siempre le interesó la ciencia. En su biblioteca, cargada de libros verdaderos, tiene la más variada cantidad de autores y temas. Pero si nos ponemos a leer atentamente sus títulos, caemos en la cuenta que en realidad el tema es uno solo. Ciencia.
Él vive en una gran casa. Otro anacronismo. Tiene a su disposición el terreno desprovisto de construcción más grande de la ciudad. Diez metros cuadrados de tierra con césped. A veces mis amigos de la escuela me insisten para que los lleve a la casa de mi Abuelo para poder ver sus libros y su césped. No toquen nada. Sólo miren.
En esas ocasiones el Abuelo saca de sus recuerdos muchas anécdotas de su vida y nos divierte con historias memorizadas de sus grandes héroes. Su favorita es la de la manzana de Newton. Pero le lleva más de un buen rato para que los chicos dejen de reírse y le crean que antes los árboles crecían sobre la tierra y estaban a disposición de quien los quisiera poseer. Incluso en las calles, dice mi Abuelo, se plantaban árboles para alegrar la vista. Los chicos ríen más todavía. Los árboles de adorno se permiten en los edificios oficiales y hasta medio metro de altura.
Muchas otras veces voy yo solo a visitarlo. Entonces él me regala una visita a su sótano. De allí ha salido gran parte de la tierra de su jardín personal. Allí trabaja en su taller con cosas que sólo él entiende y querría que yo también comprendiera. Allí están sus más queridos libros. Con los que enseñaba me cuenta y es un secreto de la familia que mi Abuelo hubiera dado clases en una escuela. Ahora sólo enseñan las pantallas de televisión. Tiene que haber sido divertido poder hablar con tu maestro y poder contar un chiste para reírse todos. Todavía existen las escuelas, porque es necesario socializar en tu infancia me dijo el Abuelo un día, porque si no las máquinas educadoras habrían hecho desaparecer a las escuelas también.
El Abuelo esta trabajando en su proyecto personal. Habla de tensores cuatridimensionales y vectores y de la dirección de la entropía. Mientras él sigue su discurso yo miro sus libros secretos. Son su inspiración, me dice y su guía también. Ellos sabían que se podía hacer y dejaron indicios que él está uniendo en sus experimentos. Un día hojeé uno de ellos, el más viejo y ajado. Un dibujo, un grabado aclaró mi Abuelo, de un trineo con un raro disco que parecía girar. Como se trataba de algo plano me costó comprender lo que estaba viendo. Más tarde vi un modelo a escala en una de las repisas y entendí que era una nave para alguna clase de viaje. Cuando mi abuelo me descubrió mirándola me dijo que Wells le dio la idea. Wells era uno de sus autores secretos.
Una tarde mi abuelo me invitó a dar un paseo sorpresa. La sorpresa fue que no llamó al taxi para ir a la estación de trenes. Tomó su bolso y cargándolo sobre su hombro me llevó a su sótano. Allí me hizo sentar en un sillón bajo una pantalla espejada.
–Ahora vamos a ver si el pliegue del tensor cuántico tiene la orientación adecuada –me dijo tomando un control remoto y sentándose en otro sillón a mi lado.
Antes de que pudiera preguntar nada la placa brillante cayó sobre nosotros, pero lo único que me golpeó fue el viento en el rostro. Estaba paralizado por el miedo, tanto que no alcancé a levantar mis brazos para protegerme. Y si no corrí fue porque no decidí hacia donde hacerlo. El sótano había desparecido y luego de mirar un rato pude comprender que los globos etéreos verdes con columnas marrones debajo eran árboles. Tanto espacio libre y árboles y césped. Pudiendo ir a muchos lados no me dirigí a ninguno. Mi Abuelo, en cambio, sabía hacia dónde ir y tomándome de la mano me llevó hacia donde estaba un muchacho un poco mayor que yo sentado debajo de uno de los árboles. Tenía algunos papeles en sus manos y estaba vestido de una forma que me hubiera hecho reír si no hubiera estado tan asustado.
Mi Abuelo se acercó emocionado al muchacho y de inmediato comenzaron a hablar muy animadamente. El muchacho se puso de pie y se alejaron dejándome al cuidado de los papeles. Sentí un golpe sordo detrás de mi y al darme vuelta sólo vi una manzana solitaria rodando al pie del árbol.
Estuvieron hablando muchas horas. El Abuelo regresó solo y volvimos donde estaban los sillones. El viaje regreso fue tan instantáneo como el primero. Sentí mareos cuando subimos a la sala. Mi Abuelo dijo que era normal sentirlos después de haber pasado la membrana del tensor temporal y siguió hablando hasta que me dormí.
Cuando desperté la casa estaba silenciosa. Salí al jardín de mi Abuelo y estaba cuidando sus plantas.
Al Abuelo siempre le interesó la jardinería. Tiene el jardín más grande de la ciudad, cien metros cuadrados del mejor bosquecito personal.

Sergio Bayona

"El viaje del abuelo" está publicado en inglés en Bewildering Stories y en Ficciones argentinas.
Versión en español en Alfa Eridiani

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