La serpiente había preparado cuidadosamente la emboscada. Enroscada en la rama de un árbol, a poco más de metro y medio de altura, sus sensores térmicos detectaron la presencia de Omel con suficiente antelación.
Conocidas por su capacidad de confundirse entre las ramas, la velocidad de su ataque, y la letalidad de su veneno, Omel ni siquiera se había percatado de la presencia del crótalo antes de sentir una terrible punzada en el cuello.
El veneno tardó pocos segundos en hacer efecto, y el explorador cayó al suelo, entre convulsiones. La ponzoña, además, le incapacitaba para respirar.
No tenía salvación. Era lo único que le permitía saber la poca lucidez que quedaba en su mente. En su bolsa no llevaba un antídoto, y en todo caso hubiera sido incapaz de administrárselo: estaba paralizado.
Quedó durante minutos inconsciente, tumbado boca abajo sobre el suelo, esperando la muerte. Pero las convulsiones en su cuerpo comenzaron a tener un efecto que él mismo no podía dominar: una corriente de sacudidas en forma de onda, que circulaban desde el tronco hasta las piernas, hicieron que su cuerpo se empezara a mover, reptando sobre el suelo, dirigiéndolo, sin que interviniera su voluntad, hacia el poblado más cercano.
Tardó horas en llegar, y sus ropajes habían ido desapareciendo con el repetido roce contra el suelo terroso. Ese mismo rozamiento que luego iría consumiendo su piel, haciendo que su torso se fuera convirtiendo en una masa viscosa.
Fue su lengua la primera en detectar la presencia del poblado. Fuera de la boca desde que comenzara a reptar, la sequedad la había estriado y ahora tenía un aspecto similar al de la lengua bífida del animal que le atacó.
Cuando llegó al poblado, guiado por un instinto inexplicable, se dirigió a la cabaña del brujo de la aldea. Éste, al verlo, se acercó a él para auxiliarlo. Sosteniendo la cabeza de Omel entre las manos, trató de darle de beber, acercándole una escudilla que previamente había llenado en una olla de barro que ocupaba el centro de la cabaña. Antes de que el brujo tuviera tiempo de reaccionar, sintió una dolorosa mordedura en el cuello.
Ahora en el poblado cuentan que Omel fue curado por el brujo y vive entre ellos. Nadie admite que el incidente fuera tal y como lo he contado. Pero otros expedicionarios y yo mismo, que nos hemos acercado a la aldea, hemos observado, desde la distancia y agazapados entre los árboles para no ser descubiertos, extraños rituales junto al fuego en las noches de luna llena. Hombres y mujeres se transforman en serpientes y reptan en círculos alrededor de la hoguera.
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