domingo, 15 de febrero de 2009

Pájaros en la ducha - Héctor Ranea


En la casa nueva, Dorotea notó una actitud rara en los pájaros que cantaban cuando se duchaba. El primer día vinieron golondrinas a beber de sus hombros con habilidad extraordinaria. Las golondrinas, se sabe, además de marcar la llegada del verano, son bastante sociables y poco tímidas. De hecho, Dorotea tenía la sensación de conocer esta costumbre desde niña. No olvidó la suavidad de las plumas de ave. No le dio demasiada importancia al tema como para comentarlo entre sus amigos esa mañana.
Al día siguiente, a la ducha entraron las calandrias en celo. Sus plumas no eran tan suaves como las de las golondrinas porque no migran tanto; además, su destemplanza las hacía bastante molestas. Como estaban en celo cantaban lindas canciones monótonas que le dejaban tiempo para que Dorotea se lavara sus partes con más concentración y apego. Fuera de la ducha, comprobó que había tardado más de la cuenta y casi llega tarde al trabajo. En el subte se dijo que al día siguiente se bañaría con la ventana cerrada para que no entraran pájaros. No consideró más el asunto hasta la mañana siguiente.
Pero se olvidó de cerrar la ventana y vinieron dos lechuzas de las vizcacheras con toda la intención de recibir las salpicaduras de agua. Se pararon en la barra de la cortina e, inmóviles, recibieron las gotas entre los pelitos del plumón. Así como vinieron se fueron. Pero Dorotea no estaba muy contenta con su olvido.
Dejó un cartel rogándose cerrar la ventana al día siguiente y en el subte excogitó la manera de bañarse sin la visita de las aves. Lo haría antes de que saliera el Sol; así, creía Dorotea, se salvaría de la visita de los pájaros aunque olvidara cerrar la ventana.
No le fue mejor. A esa hora del lobo vinieron a beber de su vello púbico un par de murciélagos enanos. Se posaban suavemente sobre el ombligo de Dorotea y, dados vuelta, como es su costumbre, bebían cerca de los labios de su vagina. Esto a Dorotea la congeló y esperó a que saliera el Sol para que los murciélagos se fueran y vinieran las alondras a bañarse con ella.
Dorotea debió conseguir una excusa para explicar su llegada tarde, a pesar de haberse maquillado en el subte para ganar tiempo.
Al día siguiente esperó la salida del Sol. No bien entró al baño, una pareja de chingolos ya la estaba esperando para ducharse con ella. Se posaron en sus hombros y comenzaron a picar suavemente su cuello buscando pequeños trozos de piel. Le gustó este tratamiento y demoró un poco la entrada a la ducha. Los pájaros habían comenzado a acariciarle los senos con diminutas lenguas que apenas humedecían en la ducha.
Llegó tan tarde al trabajo que fue suspendida una semana.
Al día siguiente, Dorotea se asomó al baño y ya estaban ahí esperándola diez cotorras australianas, dos jilgueros macho, un pájaro carpintero de lomo blanco y otro de lomo colorado y un rapaz no muy bien identificado por Dorotea, pero que podemos asegurar que era un carancho. La señorita se asustó, reculó un paso y un guacamayo que recién entraba por su ventana le dijo (porque los guacamayos hembra hablan):
—No te asustes Dorotea. Vinimos a verte duchar porque tu cuerpo nos regala un poco del agua que nuestra piel no acepta.
Dorotea se sonrojó por el cumplido pero seguía sin hablar con los pájaros porque lo consideraba herético y si se enteraban en la oficina de esta rareza zoológica, la suspensión sería de por vida. Aún así, los pájaros no callaron. Muchos, en sus diferentes lenguas, le hicieron saber que las golondrinas habían contado, que los murciélagos se habían regodeado y que entonces ellos también querían estar en la ducha con ella. Después de todo, habitaban el mismo jardín.
Entonces Dorotea se desnudó, iluminando el baño con su bellísimo cuerpo, abrió la ducha ante los ojos saltones de los pájaros, muchos de los cuales daban vuelta la cabeza para mirar con ambos ojos y comenzó a ducharse mientras los jilgueros anidaban por segundos en su panza y el carancho quería morder los pezones de Dorotea y apenas si podía besarlos. Sin contar los guacamayos que cantaban Bach de la alegría de ver esa belleza.
Dorotea ese mismo día fue a buscar otro trabajo. Obviamente, en su curriculum vitæ puso que tenía pájaros en la cabeza y la contrataron en un loquero como intérprete.

4 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

De tan explícito pude sentir las gotas en mi piel, los picotazos suaves y los aleteos.
Un cuento sutilmente erótico.

Salemo dijo...

Un típico caso de zoofilia.
La Dorotea evidentemente aparte de esta inclinación (que no censuro, cada uno elige con quién estar)es algo ninfómana y amante de las orgías. Me hubiese gustado conocerla.

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Usted me va a perdonar, pero mi espíritu de goleador no puede dejar una oportunidad como esta, solo frente al arco y con el guardameta jugado para el otro lado. ¿No tiene miedo de que le pregunten con qué pajarón se identifica a la hora de codicear a la Dorotea?

Ogui dijo...

La Dorotea es mía, mía, mía!