Las ramas secas crujían ante su paso firme y confiado. Aunque se encontraba paseando por el último reducto de la selva virgen en la Tierra, no tenía miedo, ya que sabía que nada malo podía sucederle. Sentir el viento azotando su cara o escuchar el sonido de los pájaros eran experiencias únicas que trataba de disfrutar siempre que tenía ocasión. Pero esta vez algo era diferente. Desde que entró, no pudo desprenderse de una extraña sensación que le hacía preguntarse si lo que estaba sintiendo era realmente lo que debería estar sintiendo.
Una orden mental bastó para finalizar con la simulación. En un momento, los árboles centenarios dieron paso a un lujoso apartamento en el centro de una gran megápolis. Su mujer lo esperaba, como siempre, sentada frente a la holotelevisión.
— ¿Te has divertido, cariño?
—No mucho. No he podido evitar sentirme extraño. ¿Alguna vez te has preguntado como sería visitar realmente el Amazonas?
— ¡Que tontería! ¿Quién querría hacer ese horrible viaje teniendo un simulador en su casa? ¿Es que no has oído hablar de los mosquitos?
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